lunes, 6 de diciembre de 2010

Cosas que entendes cuando dejas de pensarlas.

Quedaron en verse en un cafe de la calle corrientes, un lugar en donde empiezan y terminan tantas historias. Una mesa chica, dos sillas de madera obligatoriamente incomodas, algunos sobrecitos de azucar ordenados en filas como reos contra un paredon esperando a ser fusilados, una flor en el medio para salvar la distancia entre las dos personas, para sentir que la simpleza de este lugar tiene algo magico. Nosotros ignoramos por todo lo que ha pasado este humilde escenario, personas solitarias que hacen de mirar por la ventana un arte, noches en vela de escritores atormentados, corazones que se atan con cadenas entre si y dueños que juran jamas cortarlas. Tambien presencia un tiempo mas tarde como la mayoria de estos rompe su promesa. En un lugar asi quedaron en verse ellos dos, tan solo otro accidente esperando a suceder.


Les deje algo de lectura ligera hoy. Voy a dejar cada tanto estos bocetos que quedaron perdidos en mi cuaderno, principios que nunca segui y finales que no vienen de ningun lado. Asi tienen algo que leer hasta que termine lo que estoy escribiendo ahora. Creo que les va a gustar.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Hoy alguien me pregunto como escribia.

Hoy alguien me pregunto como escribía. Le respondí que si no le habían enseñado eso en el colegio estaba en problemas. Se rio y me pregunto más específicamente como hacía para escribir las cosas que yo escribía. “Son raras, pero reales”, se limito a decir. Me dijo que estaba convencida que escritor se nacía. Yo le respondí que en mi limitada experiencia, ser escritor se soportaba. Me miro intrigada. Quise aclararlo diciendo “Es como padecer una enfermedad crónica, y cada vez que sufrimos un ataque vomitamos literatura. Quizá al día siguiente tenemos un cuento nuevo del que estar orgullosos, pero la noche anterior sufrimos los síntomas”. Por la cara que puso creo que no se lo aclare mucho. Así que escribí esto.

Empieza con una sensación física, un vacio casi tangible crece adentro nuestro, algo que muchos llaman melancolía o nostalgia. Todos sentimos esto alguna vez. La reacción lógica es contrarrestarlo; llenar el hueco con chocolates, distraernos mirando algo que no nos interese demasiado en la tele, cambiarnos y salir a bailar. Que lastima que nosotros no somos seres lógicos. En una mezcla entre curiosidad y masoquismo agrandamos aun más el agujero con nuestras manos desnudas, cortándonos con los bordes afilados que nos cubren por adentro a todos, enrollados como alambre de púa que aprendimos a tejer a medida que la gente nos lastimaba. Como esas capas de tierra de distintos colores que nos cuentan la historia de una montaña, nuestros pliegues nos cuentan la nuestra.

Mientras recorremos las marcas que otros nos fueron dejando sentimos el acero que las cubren en modo de defensa listo para perforar a cualquier intruso, y eso nos incluye a nosotros. Con las yemas de los dedos palpamos sus relieves, unos más afilados que otros: La primera vez que nuestros padres nos decepcionaron, que un amigo nos traiciono o nos dio la espalda, que nos dijeron “Ya no te amo, perdón”. Cada muralla más alta que la anterior, cada recuerdo más atrincherado que el último, cada anti-cuerpo más decidido a rechazarnos. “No te hagas esto” nos gritan, y no podemos odiarlos porque solo quieren protegernos. Pero aun así seguimos porque padecemos esta enfermedad de querer mirar adentro nuestro todas las noches, de hacer malabares con nuestros recuerdos más dolorosos para que no caigan al piso y se cubran de polvo, de recordarnos quienes somos compulsivamente por miedo a olvidarlo.

Después de un rato olvidamos que estábamos buscando y nos encontramos creando mundos en nuestras cabezas y luego haciéndolos colapsar como tristes maniquíes de prueba, solo para devolverlos a la vida una y otra vez. Recreando momentos de nuestra vida como fueron, y después como quisimos que hubieran sido, buscando el punto en que dimos un paso en falso. Somos arquitectos de fantasía y usamos oraciones en vez de ladrillos, incoherencias en vez de cemento, y recuerdos en lugar de columnas de hormigón. Por eso nuestros palacios son tan hermosos pero efímeros. En cuanto dejamos de sostenerlos se caen, pero no hay que preocuparse por eso, porque las horas pasan y el tiempo nos encuentra mirando fotos viejas o quizás cartas de alguien que nos quiso alguna vez y las usamos como materiales de construcción para hacer torres más altas y vacías, o camas más largas y solitarias.

Pero el punto de quiebre esta cerca y comenzamos a sentir arcadas. Nos da miedo perdernos en este laberinto que fuimos construyendo alrededor nuestro, y para peor nosotros quedamos en el centro. Necesitamos salir. Salir en tantas formas y de tantos lugares… Nos ponemos las zapatillas sin atarnos los cordones y escapamos por una ventana. El aire frio nos recuerda que hay un mundo afuera y llenamos nuestros pulmones con él. Empezamos a caminar frente a casas en las que gente tan distinta a nosotros duerme en paz. El huracán que hay en nuestra cabeza se deshilacha y nosotros tiramos de los hilos sueltos, descartando lo que no nos sirve. Seguimos caminando el tiempo que sea necesario para purgarnos de todo lo que creamos en estas últimas horas. Después de un rato nuestra cabeza pesa menos, y por poco entendemos lo que pasa por ella. Volvemos a nuestro cuarto, agarramos el cuaderno, nos metemos la lapicera hasta la garganta y vomitamos tinta.

Al día siguiente nos despertamos con una resaca de sueños rotos y las ruinas de un pueblo de papel entre nuestros dedos. Nos asomamos a la hoja que está en el escritorio y la leemos con los ojos de una persona cuerda ahora. La mayoría de las veces no tiene sentido ni para nosotros mismos. Otras veces es algo tan nuestro que la idea de que alguien más lo lea nos asusta. Pero cada tanto tiene algo de sentido. Entre los cadaveres de los muñecos a los que les dimos vida la noche anterior se esconde una historia, y eso es lo que vos terminas leyendo, cosas que quedaron de algo que nunca fuimos. Por eso te digo que en mi limitada experiencia ser escritor no se nace, se soporta.

Me asusta imaginar lo que tendrán que soportar los grandes escritores.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Las estatuas son perfectas, pero se caen.

El problema con las estatuas es que son perfectas, pero se caen.

Nosotros las admiramos, idealizamos e inmortalizamos. Pasamos por alto cualquier defecto, o pero aun, lo traducimos en virtud. Si tiene un rayón decimos que es una cicatriz encerrando una historia, si está en ruinas la tratamos con la solemnidad que se merece. Interpretamos cada curva como una cadencia sublime, cada gesto como un mensaje por descifrar, cada cincelada como guarida de una verdad que nos sobrepasa. En este afán por idolatrarla, nos olvidamos que está hecha de piedra. Se agrieta como cualquier adoquín, sucumbe como el asfalto de nuestras calles. La perfección que nosotros le adjudicamos no la eleva por sobre las otras piedras, no la hace la excepción.

No, en verdad no estoy hablando sobre estatuas, ni sobre piedras, ni mucho menos sobre perfección, pero las películas orientales me acostumbraron a hablar en metáforas siempre que sea posible. En verdad estoy hablando sobre tu novio, sobre tu papa, sobre ese profesor de lengua que tenias en la secundaria, sobre Gandalf y Dumbledore, sobre Albert Einstein, sobre los caballeros de la mesa redonda, sobre aquel músico que pareciera escribir canciones en tu nombre, y vos no haces mas que observar como sus palabras decantan en tu alma. Cuídate de ellos. Te vas a sentir tentado a amar sin retorno, a obedecer sin cuestionar, a creer en todas las respuestas que te den, a seguir a un mago a la batalla como si fuera un estandarte, a sublevarte a una moral porque quien la dicta es noble, a elevar tu corazón en el aire con el puño esperando que se funda a ese hombre que canta en el escenario, deseando que el viento te arranque la voz y la lleve a donde se pierda la suya.

No lo hagas.

Ninguno de ellos es incorruptible, ni tan especial como nos gustaría creer. No estuvieron con Dante cuando este bajo al infierno, ni conversaron con san Pedro en las puertas del cielo. Son tan como nosotros, que nos asusta siquiera pensar en ello. Tan poco inoxidables, tan como estatuas de yeso, tan perfectos pero agrietables. Pero las palabras… las palabras no se oxidan jamás. De ellas nos enamoramos en primera instancia. Nos sentimos iluminados cuando dejamos que la letra de esa canción traspase nuestras defensas y se amolde con tanta facilidad a nuestro interior, mientras sus estribillos encajan tan bien en nuestros pliegues; cuando escuchamos a un Gandalf unirnos bajo un discurso a los pies de las puertas del castillo que están a punto de caer, sus postigos dispuestos a ceder ante el avance de quienes vienen por nosotros, y creemos que hay una razón por la que vale la pena morir empuñando una espada; cuando leemos una frase, una sola frase que logra sacudirnos con tal fuerza que no podremos descansar hasta grafitearla en cada pared gris de este mundo, hasta gritársela en el odio a cada hombre de saco que deja su vida en un cubículo, solo para poder irnos a dormir sabiendo que al menos tratamos de despertarlos. Una frase que probablemente, alguien tipeo en su máquina de escribir escondido en un sótano igual de gris, con una expresión tan cansada como la de aquellos hombres y la misma falta de fuego en sus venas. Sabiendo que no es quien para ser admirado, tan solo otro revolucionario que no fue. Algo no muy distinto a lo que hago yo ahora.

Está bien creer ciegamente, pero cree en la idea, no en el hombre. Si te vas a enamorar sin retorno que sea de un ideal, y no de alguien de carne y hueso. Si estás dispuesto a dar tu vida, a saltar a la batalla sin pensarlo dos veces, que sea por la causa, que sea por las palabras escritas en ese estandarte rasgado que ondea en el viento, pero jamás por el rey que lo sostiene desde su trono. No porque el rey sea corrupto, o un tirano despótico, sino porque es un hombre, nada más.

Como todos los hombres que parecían indispensables para que la tierra siguiera girando y nos enseñaron que a pesar de todo, esta sigue girando sin ellos; como todo aquel que fue dueño del mundo y dejo que este se le escapara de las manos, simplemente porque no pudo con su peso; como todas las gárgolas que protegieron a las catedrales de enemigos imaginarios que solo ellas podían ver, haciendo su sacrificio aun más noble; un día caerá. Caerá porque al igual que las estatuas, es solo cuestión de tiempo antes de que seamos cenizas de nuevo, no importa que tan alto lleguemos.

Pero las palabras que decimos… las palabras son perfectas, y ellas jamás se caen.

viernes, 1 de octubre de 2010

Cuando alguien joven muere.

Una vez alguien me dijo que era horrible que un adolescente muriera. Desde mi burbuja de fría objetividad le dedique una cara contrariada, acaso no es horrible que cualquiera muera? Al parecer sintió la necesidad de defenderse pues respondió "Por supuesto que todas las muertes son lloradas, pero cuando alguien joven muere... es terrible." Por cómo me lo dijo supe que era una de esas cosas que no se explican con palabras, entonces no le pregunte nada más. No quise molestarlo con algo que no iba a saber explicar, y yo me aleje pensando "Que estupidez, todas las muertes son igual de terribles".

Pero hoy me doy cuenta que no es así, y quiero saber por qué. Quiero podes explicar eso que solo se siente, y que cuando se quiere expresar solo se nos escapan fragmentos balbuceados, una mezcla de incomprensión e indignación, un intento de darle una forma a eso que sentimos todos, una ansia por nombrarlo. Porque si, todos intentamos ponerlo en palabras en algún momento y fracasamos. Algunos rompen en lágrimas de rabia, desconsuelo, y tantas otras cosas; o lo traducen en discursos contra la inseguridad, elocuentes y fantásticamente formulados, pero usados para compensar aquello que no saben decir en voz alta. Otros, solo nos quedamos en silencio, y buscamos entender.

Entender... que lo hace tan terrible. ¿Acaso es la inocencia que tenia, como en estos pocos años de vida no había tenido tiempo de hacer absolutamente nada para merecer la muerte y por eso se nos hace tan injusto? ¿O será por que a esta edad somos todavía tan moldeables e indefinidos, con tanto por aprender y tantas decisiones que tomar que una condena tan irrevocable nos hace ponernos de pie ante el jurado y reclamar algo entre justicia y benevolencia? Quizás sean los años que le robaron, todo el camino que dejo sin andar, las vidas que habría tocado, las veces que podría haber dado la vuelta al mundo. Y es que cuando somos jóvenes somos potencial indefinido, energía descontrolada, nosotros en nuestro estado más puro, y nos faltan tantas formas por asumir. Creo que por eso es tan terrible, porque alguien se atreve a frenar esta máquina cuando está tomando impulso, por cómo nos dicen que no podemos seguir aun antes de haber fijado una trayectoria, por la forma en que nos apagan cuando más podemos ser.

Quizás lo llores un poco sin haberlo conocido, cuando estés solo en tu cuarto y te des cuenta de lo que paso. No, no serias un hipócrita, por que cuando alguien joven muere morimos todos. Yo no lo conocía, y aun así estoy acá. Escribiendo esto.

lunes, 30 de agosto de 2010

Por razones que no entenderias.

Finalmente termine el cuento que me estaba costando tanto. Fue dificil enganchar todas las distintas partes que tenia en la cabeza y tuve que esforzarme en no repetir una sola palabra para que quedara como queria... si se toman el trabajo de leerlo entenderan de que hablo.

La clave es no pensar demasiado. Tu mente tiene que estar en otro lugar, fuera de tu cuerpo, para sentir lo menos posible, para que este avance por su cuenta. Así me encuentro mirando a los costados, buscando algo ajeno a mí. La gente se acumula allí, tras la cinta, devorando el espectáculo con los ojos. Me pregunto cuántos de ellos habrán corrido alguna vez. Sacudo la cabeza al imaginar sus respuestas automáticas e ignorantes, obvio que no estoy hablando del movimiento rápido de piernas que algunos llamarían correr. Cualquiera puede hacer eso. Hablo de lo que estamos haciendo nosotros ahora.

Pronto me veo obligado a fijar la vista adelante, nunca puedo mirar al público por mucho tiempo. Sus palabras de aliento y sus gestos desbordantes de energía con los que pretenden darme algún tipo de fuerza solo me dan ganas de frenarme en seco, de decirles que se callen, que si quieren tener el derecho de decirme que siga adelante tienen que sentir lo que siento yo ahora, o haberlo sentido alguna vez. Si quieren gritar que continúe, si desean brindarme el más mínimo ánimo deben conocer antes la gravedad de sus palabras, lo que cuesta dar un paso en este momento.

Me encuentro mirándolos inevitablemente de nuevo con cierto odio, es una pena que el cansancio oculte todo rastro de él en mi cara y estoy listo para ignorarlos nuevamente cuando una persona me llama la atención. Nuestros ojos se cruzan en el momento justo en que paso frente a él y unos instantes son suficientes para darme cuenta porque me llamo la atención. Sus brazos están cruzados frente a su pecho, su cuerpo ligeramente tensado como si sintiera un leve dolor, quizás el mío. Su rostro esta serio, su seño fruncido y sus labios cerrados con más fuerza de la necesaria. Creo que comprende que si yo pudiera cambiar la expresión en mi rostro lo haría para darle a entender que lo vi, que se que está ahí, no como el resto. Si, comprende, pues se permite curvar ligeramente los labios pero arquea las cejas como para compensar el gesto, y me dedica una triste y determinada sonrisa. Eso era todo lo que necesitaba.

Enseguida me doy cuenta que él sabe. El sabe lo que se siente escuchar a cada célula de tu cuerpo gritar que pares pero tener que ignorar su pedido, que lo que sea que mantiene unidas todas tus partes está a punto de ceder ante la presión; que no importa de qué forma respires el aire siempre encuentra una manera de quemarte por adentro y bajar por tu garganta como una lija que no pasa ningún punto por alto hasta llegar a tus pulmones, los cuales se contraen frenéticamente ante la llegada del dolor y quieren dejar de respirar, morir asfixiados antes que ingerir voluntariamente otra bocanada de ese veneno, pero el resto de tu cuerpo implora por oxigeno de tal forma que sus suplicas hacen necesaria esta tortura y continuas medio muerto, convencido de que respirar siempre se sintió así, que la idea de que el aire pueda entrar por tu boca sin causarte más que alivio es un truco que te juega tu mente para hacerte caer, para que dejes de avanzar.

Pero antes de darme cuenta ya lo pase de largo y me encuentro mirando a más gente con banderines en la mano. Sin embargo su mirada y su silencio son más tangibles que los gritos de todo el estadio, y de ellos saco la fuerza que estaba buscando. Aprieto fuerte la mandíbula, en parte para sentir que todavía tengo control sobre algo, en parte para aplacar el dolor que sé que estoy por sentir, y comienzo a dar pasos más largos. El corredor que iba delante mío me mira atónito al ver como lo sobrepaso a un ritmo anormal para la última recta y el público rompe en gritos instantáneamente, ya saben a quién alentar. En otro momento esto me hubiese molestado pero ya no logran desconcentrarme, hay un solo par de ojos que me importan y sé que no me pierden de vista. Mi único objetivo es hacer cada paso unos milímetros más largo que el anterior, y lo voy logrando. Algunos ingenuos pensaran que es solo cuestión de acelerar, de ir más rápido, pero no saben que los músculos ya no existen a este punto. No, quedaron varios metros atrás, y lo único que nos mantiene de pie es nuestro esqueleto y la voluntad que a duras penas logra moverlo, por lo que pongo un pie lo más lejos que puedo del otro y espero no desplomarme.

Pero todavía no puedo caerme, se que el pasto es más cómodo pasando la cinta de llegada, ahí donde los corredores nunca lo pisan. Desapareció el publico y su papel picado que solo hacen más denso el aire, lejos está la línea de largada en la que yo era otra persona, atrás quedan los otros corredores mientras los paso uno por uno, preguntándose por que estaré corriendo. Pronto logre dejar todo lo que no importaba a mis espaldas, y comienzo a sonreír por el viento que me pega en la cara, por no darle el gusto a la tierra de colapsar sobre ella, y porque ahora mi cuerpo es un coro de gritos y suplicas en perfecta armonía que me ordenan que pare, rugiendo amenazas e incoherencias debido a la falta de oxigeno, pero tampoco les doy el gusto, y sonrió aun mas al saber que ni mis piernas, ni mis brazos, ni mis pulmones pueden retenerme en este momento, y que hay veces en las que el cuerpo no es la prisión del alma*. Sé que aquellos ojos que me seguían ya no lucen adoloridos, sino que sonríen también a su manera.

Lo próximo que se es que estoy respirando por primera vez en mi vida, y que mi espalda descansa sobre ese pasto sin pisar que había visto pasando la cinta, mientras siento como cada parte de mi cuerpo vuelve lentamente de la muerte, dándome la razón y disculpándose por no haber tenido fe en mi. Ignoro a cuantos pase al final, al igual que ignoro el momento en que cruce la llegada, no pare hasta llegar a este lugar sobre el cual quería desplomarme, sobre el cual había elegido caer. Pero no me interesa la carrera ahora y lo único que veo son las nubes que pasan por encima mío mientras pienso cómo me gustaría tomarme una entera y que como mi alma ya no está aprisionada por mi cuerpo quizás simplemente suba y lo haga. Cierro los ojos pensando en cómo se sentiría tomar una nube y apenas mis pulmones me lo permiten comienzo a reír tan eufóricamente como mi garganta adolorida puede soportarlo, y siento pasos y corredores que me saludan, y estrecho algunas manos desde el piso mientras rio cada vez más fuerte, y una voz seria y monótona viene a decirme algo de una medalla pero le digo en un susurro que no me moleste ahora. Estas pequeñas muertes son las que me hacen sentir vivo.

lunes, 23 de agosto de 2010

Deberia irme a dormir - Log 2.

En vistas de que sigo teniendo problemas con el final del cuento que estoy escribiendo (esta por ahí ese final, no se preocupen que ya lo voy a encontrar) y de que quiero actualizar una vez por semana, voy a hacer lo mismo que la vez pasada. Por los comentarios que dejaron me dio la impresión de que por lo menos no odiaron lo que hice. Mientras no me pidan que salga a cantar afuera de la ducha*, está todo bien. Así que voy a escribir lo que pasa por mi cabeza en este momento, y sus alrededores.

Son las 4 a.m, y debería irme a dormir. Me convenzo de acostarme al dar vuelta esta página, al terminar el capitulo, pero entonces leo sus últimas líneas: "Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lastima de algo, de que llueva aquí adentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas. Si, por fin a cosas vivas."* No, no me puedo ir a dormir después de eso. Necesito seguir hasta que las palabras amaguen a ser tediosas, lo necesario para darme unos segundos de desatención y razonar que el libro va a seguir ahí mañana, no necesariamente esperándome pero tampoco creo que vaya a huir de mi. Envidio a las personas que pueden tener un monologo interior en paz, porque enseguida una voz en mi cabeza me indica que quizás sea yo el que no este acá mañana para agarrar el libro.

No, evitemos caer en las fatalidades en las que se le teme a las vueltas de la vida y a ese auto que algunos están convencidos, los va a atropellar si no miran tres veces antes de cruzar la calle (derecha, izquierda, derecha de nuevo). No estoy hablando de eso. Además la vida tiene un sentido del humor bastante irónico, y va a esperar pacientemente a que uno de ellos mire tan solo dos veces antes de cruzar, y entonces lo embestirá. El hombre, ahora reducido a nada sobre la calle, va a levantar su brazo por sobre el asfalto todo lo que pueda, y con un índice tembloroso elevado como quien da un sermón, pronunciara como una excusa para el que conducía, o capaz solo para sí mismo: "Yo sabía que debería haberme fijado tres veces", y se alegrara de que esas sean sus últimas palabras. En su camino al cielo quizás no se anime a cruzar las nubes por miedo a chocar con un avión. Habrá vivido encogido, enfrentado la vida con miedo y encarado la felicidad de la misma manera. Pero por lo menos se habrá castigado.

Si menciono a estas personas es solo para identificarlas y poder alejarse de inmediato, su miedo es altamente contagioso. Cuando ellos ven unas sombras en un rincón oscuro no piensan en dos enamorados refugiándose del mundo, sino en el escondite de alguien preparado para atacarlos. Cuando alguien camina cabizbajo cerca de ellos no se preguntan si estará teniendo un mal día, recuerdan el índice de robos. Cuando se paran sobre una montaña no se asoman para sentir el viento, cuentan los pasos que los separan del borde. Siempre me pareció el colmo de lo absurdo. Es mantenerte en forma para después encadenarte los pies, es plantar una flor y guardarla en un frasco de vidrio, es conservar la vida solo para ver más nítidamente como se nos va. Y es triste que tantas personas no lo entiendan.

Por supuesto que yo voy a estar acá mañana, pero si no llego a estar les aseguro que no voy a ser consciente de mi ausencia. Aun si llego a estar consciente de ella... pues no estaría ausente entonces. ¿Ven que fácil es despreocuparse? No solo fácil, sino lógico, un tipo especial de lógica que los que no la entienden llaman locura, y los locos nos reímos en sus caras porque a nosotros, tal como a la vida, nos gusta la ironía.

Pero al parecer termine hablando de aquello de lo que no quería hablar, como me pasa siempre, y al final no les dije a que se refería mi subconsciente con que quizás yo no este acá mañana. Podría explicarlo todavía, pero ya no parece tan importante.



*A ver quien sabe de donde son estas dos.

jueves, 19 de agosto de 2010

Una de esas noches - Log 1.

Esto no es un cuento. Seria más bien lo que escribiría en un diario, si tuviera uno. Así que pretendamos que tengo un diario. Pero no de esos que empiezan con "Querido diario". No me gustan esos.

"Man's mind,stretched to a new idea,never goes back to it's original dimension - La mente del hombre, estirada a una nueva idea, nunca vuelve a su dimension original"
-Oliver Wendell Holmes*

Hoy es una de esas noches. Me pasa cada tanto. Veo una película, comprendo una idea, sospecho una verdad, termino una historia, doy vida a un personaje, entiendo al hombre detrás de la máscara. Los ojos ciegos bien abiertos* mientras miro a la nada y a todo a la vez, en un ingenuo intento de ver un poco mas allá, apenas mas. Alguien pasando por ahí pensaría que estoy buscando una respuesta en el polvo que se junta en la unión de los sócalos de la pared de mi cuarto. Da lo mismo a donde mire, solo trato de ver entera esa imagen que ahora me doy cuenta, estuvo siempre en algún lugar esperando a que la encontrara.

Mi mente se estira hasta límites insospechados como un elástico, y siento como mi interior se ajusta eufórico al cambio. Rara vez abandono el cómodo escudo de la lógica fría, pero cuando lo hago mi espíritu me lo agradece. Por unas horas soy radical, soy un pacifista, soy un soñador o soy leal a causas que jamás hicieron nada por mí. Tengo esperanza en todo lo que vale la pena tenerla y mis convicciones son de acero. De repente morir por mantener en pie una idea suena no solo noble, también correcto, pero más correcto aun suena evitar a toda costa que alguien mate en su nombre. Entendí por un momento a los revolucionarios dispuestos a poner una bomba donde su corazón lo indique, y me enorgullezco un poco de eso en secreto.

Pero esto no dura mucho. Nadie puede vivir iluminado, por razones prácticas. Después de un rato un instinto natural de supervivencia que está en todos nosotros comienza a actuar, el olvido. Me convenzo de que las cosas no fueron tan así, de que claramente exagere, de que por alguna razón solo en las películas la idea es superior al hombre. Hasta lamento un poco haber gastado tanto tiempo mirando el polvo que se junta en el sócalo, y sé que la musa que me visito ahora llora en algún lado por mi traición. Hace unos momentos había jurado defenderla y ahora ya la estaba olvidando.

El mundo es cínico de nuevo y yo no me puedo quedar atrás, los ideales son pisoteados como banderas de otra época y como siempre, probablemente no haga más que quejarme un poco cuando vea a la gente marchar sobre ellas. Mi mente se achica, los horizontes se contraen, es cierto. Pero no vuelven a su forma original, se alargaron un poco. Como un molde que se intento ajustar a otra figura, se deforman, pero se deforman para bien. Ahora quizás hable un poco más fuerte cuando vea una multitud pisotear esas banderas, quizás les exija un mínimo de respeto hacia ellas que solo estaban ahí para darnos un propósito, para que nuestras vidas fueran algo más que respirar y dormir. De esa manera me vuelvo un poco más como quisiera ser. Cada vez estoy más cerca de poder sostener ese momento en que mis acciones coincidan con mis ideales, en que tenga la imagen que busco siempre, clara en la cabeza, y que no se escape en cuanto yo vacile. A veces pienso que eso es crecer, aunque la mayoría piense que crecer es justo lo contrario. Pero no, ellos no crecen.

Envejecen.



* Me pregunto quién entenderá la referencia. Voy a empezar a poner asteriscos cuando haga referencias de ahora en más. El que las adivine se lleva un premio. Mentira, solo mi respeto. Qué premio miserable, no?

*ACTUALIZACION: 26 de agosto. Acabo de encontrar la cita de este tipo, Oliver Wendell Holmes, que CLARAMENTE viajo en el tiempo, leyo mi escrito, volvio a su tiempo y dijo eso robandome mi idea. Yo escribi "Mi mente se achica, los horizontes se contraen, es cierto. Pero no vuelven a su forma original, se alargaron un poco. Como un molde que se intento ajustar a otra figura, se deforman" sin leer antes su cita, y son demasiado parecidas como para ser coincidencia. Unica conclusion posible, existe una maquina del tiempo. Ahora solo es cuestion de encontrarla y usarla para...

viernes, 6 de agosto de 2010

Soy una maquina de escribir a cuerda.

Me pusiste demasiada presión encima, aunque no lo sabias. Un pedido que quizás era solo otro favor para vos, no importa, en mi mente muta a algo de monstruosas proporciones. Crece mientras más le doy vueltas y como una bola de nieve levanta todo lo que encuentra a su paso, chatarra oxidada y olvidada que hace tiempo buscaba una oportunidad para hacerme daño. Rebota contra las paredes de mi cabeza y sus bordes filosos me sacuden y no me deja dormir. ¿Qué le voy a hacer? Empecé a escribir algo ayer que termine borrando con cierta furia, y no estuve tranquilo hasta tirar esa hoja a la basura. Como si tuviera miedo de que fuese a recriminarme que la había dejado incompleta, las palabras a las que les había dado vida tan solo para quitársela unos minutos después todavía visibles, sus pequeños cadáveres lograban quitarme el sueño. Ellas eran inocentes, yo simplemente no me había hecho cargo de lo que había engendrado. La culpa me carcome.

Pero no soy yo, ni es la hoja, ni las palabras agonizantes que mate ese día, sos vos. Sos peor que una multitud de críticos literarios liderados por Borges mismo, este ultimo resucitado de la muerte. Sentados en frente mío observando cada vez que escribo una frase y murmurando palabras de desaprobación cuando borro algo, indignadísimos de que me atreva siquiera a escribir. Debo aclarar que si Borges era petulante antes, lo es más ahora que volvió del más allá y dice saber algo que nosotros no, pero tampoco quiere compartirlo. Anuncia que lo dejara ver entre misteriosas oraciones en sus libros, ¿Pero no es eso lo que todos hacemos? Ahora estoy inventando declaraciones de escritores muertos, como si no tuviésemos suficiente confusión con las que hacen los vivos... ¿Ves el daño que le producís a mi psiquis?

La escena cambia, el público se impacienta, el límite de entrega se acerca. Me piden que me ponga de pie, que improvise algo, quieren ver a un loro cantar. Imagínate en un escenario, las luces te ciegan y solo sabes que el público esta ahí por que te pide a gritos que cantes. Pero vos no tenes aire y cuando te ven trastabillar saben que están en posición de exigir. Intentas cantar pero la voz se te quiebra y pedís pausa, unos momentos de benevolencia, pero ellos quieren que tropieces, quieren verte bailar bajo sus hilos, quieren manejar algo, tener el control, manipular una vida. Por supuesto que no se cantar cuando me lo piden, fui entrenado para cantar en la ducha, para escribir en la noche, cuando menos pienso en hacerlo.

Pero vos queres que escriba. Me forzas a hacerlo, y encima te atreves a fijar una fecha. Un día, una hora, un momento, para guillotinar aquel boceto, para disecarlo y ponerlo en un estante. Como si mis cuentos no estuvieran vivos, como si no respiraran cuando yo lo hago, como si no cambiaran de forma cada vez que alguien nuevo los lee. No, vos queres algo solido que puedas tantear con tus manos, algo que no salga volando en cuanto abras una ventana, algo que puedas llamar "tuyo".

Ahora soy un asesino y la tinta es mi sangre y las palabras se cicatrizan en el dorso de mi mano, como en una película que vimos alguna vez. ¿Te acordas como decíamos que eso era cruel? ¿Que nos preguntábamos que se sentiría? No, obvio que el público no sabe que se siente, solo pueden imaginarlo con el dolor que ven en mi cara, y les encanta. Y los odio, no por el dolor ni la sangre, ni la bola de nieve e ideas en mi cabeza, ni las hojas regadas de pequeños cadáveres, ni por qué me saquen de la ducha para cantar, ni por la suave entonación en sus palabras que lo hace parecer un pedido inocente. No, los odio porque me piden que escriba, y lo logran. Así es, lo logras, ¿ves? ¿¿Entendes?? Te odio.

Ah, y feliz cumpleaños.

jueves, 29 de julio de 2010

Creian que eso era amor.

Todos veían a dos personas tomadas de la mano, menos yo. Yo veía a un joven de ancha sonrisa que se creía listo para cargar con el peso del mundo sobre sus hombros. Vi a una muchacha hermosa pero ingenua, que no podía esperar para ser la señora de alguien. Pero no se tomaban de las manos, ni llegaban a tocarse. Entre ellos había una distancia, un espacio, no por odio o rencor. No estaba aparentando nada tampoco, tan solo desconocían algo. No entendían que el otro representaba un mundo entero por su cuenta, más que una extensión de su propio mundo. Era esa ignorancia la que los mantenía ligera, pero crucialmente separados.

Las preguntas usuales se hicieron escuchar, no para comprobar que sabían lo que hacían sino para asegurarse de que siguieran el camino correcto, o al menos el único que conocían. “Si”, respondieron orgullosos como quien da la respuesta correcta en un examen y recibe gestos de aprobación y sonrisas condescendientes a cambio. Y por supuesto, creían que eso era amor. Nadie le pregunto al joven que película era la que más la hacía llorar a ella, o a la muchacha cuando había sido la última vez que había soñado con él. No les importaba saber si la tomaría en sus brazos y saltaría a la pileta con la ropa puesta, para después reírse empapados; o si ella se quedaría jugando con su pelo mientras el dormía, susurrándole al oído aunque sabía que no podía escucharla. No, nadie creyó que eso fuese importante. Solo sabían que eran inocentes y que jamás lastimarían a nadie. Los usarían como muñecos de trapo y los chocarían al uno contra el otro como para hacer chispas. No necesitaban amarse para eso.

Quise pararme y decirles que no sabían lo que estaban haciendo, de preguntar a gritos como estaban todos de acuerdo. Pero pronto la indignación dio paso a la desesperanza, sabía que no me entenderían. Me tratarían como a un loco… ¡claro que parecían enamorados! Entre las flores y las sonrisas, los vestidos y las niñas con rizos, los amigos y los flashes de las cámaras, las palmadas en el hombro y las lágrimas de emoción, los “estas haciendo lo correcto” y los “estamos orgullosos de ti”… ¿Quién no sería feliz?

Pero la rutina los aguarda, así como nos aguarda a todos. Los días pasarían y como piezas de un rompecabezas que no encajan, seria cada vez más difícil amoldarse al otro. Se sentarían en silencio sin que hubiese nada para distraerlos esta vez y tratarían de cruzar la distancia que no los había dejado tomarse de las manos. Se asomarían a la mente del otro con cautela, pero tendrían miedo. En el mejor de los casos no lo lograrían. Entonces se sonreirían tímidamente y llenarían el vacio con carcajadas, pensando que eran solo pequeñeces. Solo pequeñeces… como si las cosas importantes no estuvieran hechas de ellas. Pero tardarían mucho, y sufrirían demasiado para darse cuenta de esto, y cuando sus risitas nerviosas dieran paso al silencio, ya no quedaría nada. Dos almas encadenadas, y el mundo es ahora un poco más gris.

sábado, 29 de mayo de 2010

Yo, vos y algun desierto.


[La siguiente conversacion esta basada en hechos (suficientemente) reales]

-Estoy aburrida. Escribime algo.

-¿Algo como qué? No puedo inventar cosas de la nada.

-Sí que podes.

-Pero no es lo mismo cuando la gente tiene expectativas.

-Yo, vos y algún desierto. No espero nada más.

-¿Que haríamos en un desierto? Asumo que estaríamos perdidos... y tendríamos calor.

Aunque yo no diría “calor”. La sola mención de esa palabra se nos hacia ridícula. Hace tiempo habíamos dejado de usarla. La sustituimos por nuestro andar torcido, nuestros gestos hechos a medias, nuestra silenciosa sumisión. Es lógico que la palabra nos resulte absurda, como si los que escribieron el diccionario pudiesen entenderla desde sus escritorios. Probablemente sea mejor así, nosotros la reemplazaríamos por los insultos más atroces... o dejaríamos el espacio en blanco. Hasta el espíritu para insultarla nos arrebato.

Trate de convencerte de que tomaras el último sorbo de agua, pero lo negaste diciendo que no tenías tanta sed. Yo dije lo mismo, cansado de retrasar lo inevitable más de lo necesario. Ya nos habíamos dicho todo lo que temíamos que quedara sin decir. Quizás fuimos egoístas y no queríamos que el otro nos abandonara antes de tiempo. Quizás fuimos santos y deseábamos perecer al mismo tiempo. Recordando alguna historia te llame Baucis, y en un destello de ironía me llamaste Filemón. El humor macabro fue nuestro último aliado, y creo que esa, nuestra última sonrisa.

Fuera cual fuese la razón, el camello fue quien bebió el último trago, nos pareció más justo que regalárselo a la arena. Ella no se merecía nada. Sabíamos que continuaría golpeándonos una vez que hubiéramos caído, sin tregua, hasta reducirnos a nada más que granos de arena. Como si no hubiera suficientes ya. Me pregunto si nos veremos obligados a atacar a los próximos que pasen por acá, y quise saber si los que nos atacaban en ese momento habían sido alguna vez como nosotros. Entonces pensé que capaz podría haberles dado ese último trago de agua.

-Cae el telón?

-No, el telón no cae. El viento nos mantendrá en un limbo constante, y como personajes en algún cuento de Sartre, no tendremos parpados que cerrar.

-...

-Bueno, cae el telón. Que se yo.

-Otro. Yo, Moscú, y un farol en la noche.

-¿Por qué Moscú?

-No se. Decimelo vos.

-Supongo que estarías escapando de algo… y tendrías frio.

viernes, 7 de mayo de 2010

Todos tenemos nuestra segunda estrella a la derecha.



-¿Subis conmigo?
Interrumpiendo sus pensamientos, creyo haber escuchado mal y lo miro sorprendida. ¿Como se atrevia a romper el silencio? Extrañamente, sus ojos no tenian sombras y sonreia expectante con la mano estirada. Era una jugada absurda, si ella decia que no el quedaria en ridiculo. Debia tramar algo, quizas quitaria la mano en el ultimo instante y se reiria de su ingenuidad. Estaba intentando descifrar su estrategia cuando la musica mecanica y oxidada comenzo a sonar, a la vez que cientos de lamparitas de colores se encendieron para iluminar la noche al compas de los engranajes que cobraban vida a su alrededor. Solo entonces supo donde estaban, lo tomo de la mano sin dudar y subieron juntos a aquella noria que solo recordaban por viejas fotografias.

-Que bueno estaba cuando no todo era un juego de ajedrez... ¿no? -Dijo el asomandose por la baranda preguntandose donde podria comprar dos globos rojos, sino noventa y nueve.
-Ya olvide en que momento quedamos en distintos lados del tablero -Dijo ella, sabiendo que no tenia nada que fingir.
-No tenemos mucho tiempo -Aunque tampoco sentia apuro por gastarlo en palabras.
-Tenemos todo el tiempo del mundo, solo que no nos damos cuenta -Y rio mostrando todos los dientes, como en los tiempos en que no intentaba ser coqueta.
-¡Una estrella fugaz! -Exclamo el, con una efusividad de la que cualquier adulto se hubiese avergonzado- ¿Pedimos un deseo?
-Es raro como si no prestas atencion se pasa sin que te des cuenta, ¿no? -Dijo hablando casi para si misma mientras apoyaba la cabeza en su hombro.
-Que cosa, ¿la estrella?

Ella levanto la vista sorprendida y se encontro con su sonrisa complice en la oscuridad. Trato de recordar los tiempos en que creia en las estrellas fugaces. ¿Cuando habia comenzado a culparlas? ¿Cuando a ignorarlas? Se lamento en voz baja por los años perdidos con lo que ella habia confundido con madurez.
-Claro, la estrella -Dijo, devolviendole la misma sonrisa.
-Entonces...
-Si, dale. Pidamos un deseo. Pero no me lo digas, o sino no se cumple...

miércoles, 21 de abril de 2010

Indulgencia.


Un ermitaño escucha el llanto de un recien nacido en el bosque, y por entre los arboles ve al infante en el suelo. Con prisa prepara una fogata para mantenerlo caliente, y se aleja para verlo dormir desde las sombras. Teme que sus manos, toscas e insensibles, puedan lastimar a tan fragil criatura. De dia se esconde y lo observa jugar, de noche mientras duerme le construye un refugio a su alrededor. Las noches en vela para para protegerlo se manifiestan en recurrentes ojeras que no parecen abandonar los ojos del hombre. Intimida, lastima e incluso mata a quienes intenten dañar al infante, y asi se corrompe. El remordimiento y la culpa pasan a dominar las facciones de un hombre antes en paz consigo mismo. El pequeño crece risueño y feliz pues tiene todo lo que necesita, y le atribuye su fortuna a algun entidad compasiva que cuida por el. El ermitaño envejece palido y cansado por vivir en las sombras y trabajar de noche, y su espalda se dobla por la carga de quien comete atrocidades. El niño se despierta cada dia entre flores recien plantadas y animales inofensivos del bosque que le hacen compañia. El viejo se va a dormir cubierto de tierra y rodeado de los cadaveres de las bestias que amenazaban con entrar al claro.

Un dia el joven se siente listo para conocer a aquel que se esconde entre las sombras y darle las gracias por todo lo que le a dado. A gritos le pide que salga de su escondite, relatando el amor incondicional que le tiene, e incluso llega a llamarlo "padre". Rebosante de orgullo y felicidad, el anciano sale de entre los arboles con lagrimas en los ojos. Sus brazos abiertos para abrazar al muchacho no intentan ocultar las innumerables cicatrices, todas llevan su nombre. Su ropa hecha jirones no alcanza a cubrir su delgada y golpeada figura. Su boca se tuerce en una mueca deforme, al haber olvidado como sonreir. Pero el joven que jamas a visto algo tan atroz siente el terror que siente un niño al imaginar un monstruo, y huye llamando a gritos a su padre. El anciano es incapaz de darle alcance y cae al suelo aun con lagrimas de felicidad en el rostro, creyendose condenado pero no arrepentido y muere ahi mismo por el peso de los años.
Pero entonces quien habra sido inocente.

martes, 13 de abril de 2010

Extraños monocromaticos.

















"I love being in cities with lots of other people, because I'm reminded that there are billions of people like me, and we are each stuck inside of our minds, feverishly trying to crawl out to make connections with other people."
— John Green*

El ruido de tacos y mocasines contra el asfalto te envuelve, y al compas del reloj dirige tu marcha. Todos los pies obedecen un mismo ritmo invisible, mas existente. Te permite caminar en un placido trance que acorta las cuadras y los minutos, a cambio de tu zonambulismo. A esto lo acompaña el mecanico habito de observar todo en un corto radio.
Todo lo fundes en un mismo paisaje gris, para estar a salvo de todos los rostros desconocidos, dueños de quien sabe que oscuras intenciones. Tu mirada avista cualquier figura que amenaze con traspasar este muro con el fin de volverlo impenetrable. Te tardas entre cinco y ocho segundos en clasificar al sujeto, y emites un juicio apresurado tras el cual te proteges, con la intencion de sentirte superior o por lo menos indiferente. Pero muchas veces fallas.
Al no lograr descifrarlos, te sientes indigno de su presencia y bajas la mirada. Pero ellos te temen casi tanto como tu les temes a ellos, y ambos desconocen este hecho crucial. El te ve bajar la mirada, y no se cree merecedor de ser percibido. Vaya uno a saber quien resulta mas herido por las reglas de este juego macabro que hemos creado.
Por momentos no toleras lo absurdo de este esquema y sientes el impulso de romper el silencio y decirles que pueden mirarte a los ojos, que nadie es un extraño. Pero te mirarian como a un loco, y aunque te entendieran a la perfeccion no lo admitirian jamas. En voz baja te dirian que sigas el juego, que te apegues a las normas. Entonces resumiras tu marcha adormecido, y esperaras a que alguien te tome del brazo y te diga que no eres un extraño.


*"Amo estar en ciudades con muchas otras personas, porque me recuerda que hay billones de personas como yo, y estamos todos atrapados dentro de nuestras mentes, intentando fervientemente arrastrarnos fuera de ellas y lograr una conexion con los otros."
— John Green*

domingo, 4 de abril de 2010

Quien ama a sofia


[Pasen de largo]

Un colibri visita una flor, y eso es suficiente. Los arboles con sus incontables hojas y el viento que las mueve, las nubes cambiando de forma bajo los caprichos de alguna entidad soñadora, las hormigas en filas irregulares cumpliendo con los deseos de una voluntad superior incapaces de ver mas alla del invierno al cual tienen que sobrevivir, las huellas del rocion sobre el piso aun humedo, las briznas de pasto rebeldes que no se inclinan como las demas; todo desaparece.

De las incontables maravillas que suceden a tu alrededor eliges solo una y todo lo demas pierde su significado y relevancia, si es que alguna vez lo tuvieron. Los detalles intentan pasar inadvertidos, pero nada se te escapa estando tan concentrado, y pronto olvidas las funcion de los parpados. Te vuelves conciente de cada batido de alas, y lentamente los segundos van tomando el compas de ese subir y bajar de plumas. Estas convencido de que si asi lo desearas podrias ver a traves de los ojos del ave, pero te abstienes pues entonces no podrias contemplar aquella escena.

Entonces el colibri cae rendido ante el aroma que esa flor exhibe a modo de invitacion centrando su atencion en ella, probablemente ignorando que estas mas conciente de su existencia que de la tuya misma. O quizas el sabe, que en ese momento el unico proposito de tus cinco sentidos es seguir cada uno de sus movimientos, y que el ahora controla tu respiracion con la misma maestria con la que agita sus alas.

Tus ojos se relajan al punto que olvidas que posees vista y te convences que puedes percibirlo sin la necesidad de los sentidos. Te preguntas porque el colibri permite que lo veas, porque su plumaje es de un verde irreal y porque vuelo es tan hipnotizante. La nocion del tiempo te ha abandonado por completo ya y solo logras determinar que este continua fluyendo por el batir de las alas del animal. Por dos batidos intentas buscar una razon por la cual el colibri este en frente tuyo, descartando las obviedades como la necesidad de alimentarse o la asaroza casualidad de un encuentro sin ninguna relevancia cosmica. Te tomas medio batido mas en decidir que el colibri te aguarda, y cada instante que pasa ahi es una oportunidad para que tomes la verdad, que pareciera tan tangible como sus plumas. No estas seguro de que verdad o como tomarla, pero te convences que alli yace algo importante.

Un cuarto de batido transcurre y comprendes que esta se encuentra impresa sobre todo su cuerpo, pidiendo a gritos que alguien la lea y entiendes que si miraras a tu alrededor la encontrarias en todo lo que te rodea, escrita en el mismo lenguaje. Pero entonces tendrias que empezar de nuevo y temes no ser capaz de lograrlo. Transcurre otro batido de alas que se arrastra como una eternidad, mientras las letras se deslizan por su cuerpo huyendo de tu analizis, susurrandote que no se las puede deletrear, que no figuran en ningun diccionario. Tardan medio batido en convencerte de esto, y dejas de intentar pronunciarlas. Entonces las letras se pronuncian ellas mismas, y la verdad te pega de lleno.

En tan solo un batido lo comprendes todo, y entiendes que no hay cabos sueltos, pues existe un solo cabo cubierto por sombras intermitentes. Ves a la humanidad uniendo extremos que jamas existieron, contemplas imperios caer, convertirse en cenizas y surgir con otro nombre tan solo para defender nudos inexistentes, observas hombres matar y morir creyendo que con sangre forjaran los eslabones faltantes. Todo por no atreverse a asomarse a las sombras que ocultan las partes perdidas.

Pero al salir de la penumbra la luz de lo cotidiano te ciega antes de que puedas ordenar tus pensamientos, y cuando tu alma deja de parpadear no encuentra al colibri por lo cual releva la percepcion a tus ojos, que ven al ave alejarse. Dividiendo tu atencion para captar el incesante movimiento a tu alrededor tu espiritu retoma su siesta permanente y el cerebro ocupa su lugar haciendo alarde de su capacidad para procesar informacion. La razon aparece pronta para demostrar su valia. Cuestiona avidamente esta supuesta verdad recientemente adquirida antes siquiera de que tu lo ordenes, y la verdad vuelve a ocultarse en las sombras que la luz de tu inteligencia proyecta. Con resignacion entiendes que todo es mas claro en una tenue oscuridad a la que se debe acostumbrar la vista.

Te paras y comienzas a caminar, pues sabes que pronto la alarma de tu reloj sonara y deberas regresar adentro, donde tu inteligencia se siente mas segura y brilla con mas intensidad, iluminando cosas irrelevantes y proyectando sombras mas grandes. Aun asi sabes que la verdad fue tuya por lo que dura el batir de alas de un colibri, y eso es suficiente.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Extraviados.

El extravio de un documento de sobreestimada importancia, un error de caligrafia, o incluso un siete algo torcido que se confunde con un uno. Errores tan minimos son suficientes para enviar un alma a la epoca equivocada. Estas almas desdichadas logran camuflarse y dan la apariencia de encajar la mayoria de las veces, pero en el fondo saben que no deberian estar ahi. Los caballeros que hayan estado destinados a portar una lanza y montar caballos de guerra, sentiran una honda tristeza al cargar maletines y andar en bicicleta. Indios que deberian correr a la par del viento morderan el asfalto con sus pies descalzos, y frunciran la frente sin saber por que. Hombres sabios y magnanimos que probablemente merecerian un trono de oro deberan conformarse con un cubiculo en alguna oficina.

Quizas los que controlan el trafico de almas son, ironicamente, seres desalmados. Si asi fuera, bastaria un ajuste intencional para cambiar las direcciones, o mejor dicho los años, tan solo para reirse un rato de como algunos no encajamos. Para hacer esto aun mas interesante inmediatamente se ponen a trabajar como corresponde, para que la mayor cantidad de almas vayan a parar al tiempo y lugar preciso, con el fin de incrementar la alienacion del alma vagabunda. Despues de todo, son muchos los que van a la playa en busca de las multitudes, y pocos los que van a juntar caracoles.

Los extraviados tardaran poco en darse cuenta que son diferentes. En primera instancia sospecharan que hay algo mal en ellos pero luego, si tienen suerte, se daran cuenta que hay algo mal con el mundo. Quien no pueda ceder el paso a una dama sin levantar miradas de sospecha o indignacion se preguntara donde quedo la caballerosidad. Aquel que se sorprenda ante los engranajes corruptos que mueven al mundo sera acusado de ingenuo, y querra saber quien se llevo la inocencia. El que camine descalzo por miedo a lastimar la hierba sera objeto de burlas, y se disculpara en susurros con los arboles en nuestro nombre. Y como si fuera poco, sera llamado loco.

Pero pronto caeran en la cuenta, de que no son los unicos, y encontraran refugio en la sombra de monumentos erigidos por otras almas tan perdidas como ellos. Musicos, escritores, artistas e incluso cineastas se alimentan del sentimiento de extrañeza que sienten con este mundo, y solo en sus obras podran sentirse comodos. Esos mundos rapidamente cobraran mas sentido que este, por mas que existan solo en el papel.

Personajes ficticios seran mas reales que la gente con la que uno comparte el colectivo. Encontraran mas verdad en la letra de una cancion que en cualquier articulo de la constitucion, y los versos de algun libro se volveran su ley. Jamas se sentiran solos de nuevo, pues sabran que estas historias fueron echas para ellos.

martes, 30 de marzo de 2010

Choque

Comienza con una sospecha que desestimamos. Sigue en un rumor dicho en voz baja. Avanza a una especie de tabu en las conversaciones, pero obligatorio en los susurros. Evoluciona a un tema hablado entre fallidos intentos de disimular la incomodidad que provoca. Muta en miradas perturbadas y pasos apurados. Desencadena en panico general.

Antes de darnos cuenta la gente ya corre agitando los brazos, desconociendo si deberian estar huyendo de algo o intentado llegar a otro lugar. Cuando decidimos prestar atencion nos damos cuenta que nos estan gritando que nos preparemos para el choque,
la colision ya es inminente.

Horrorizados nos aferramos al suelo para intentar conservar lo que somos por el mayor tiempo posible. Vemos como nos aproximamos al umbral a velocidad de crusero, y nos aferramos a las tablas del piso al observar los desesperados intentos de otros de atarse a todo lo que encuentren. Nos estremecemos al comprobar que la sombra de este umbral ya nos cubre, y cerramos los ojos preguntandonos que tan fuerte sera el impacto. Pero no sentimos nada y nos paramos con cautela. Nos palpamos, esperando encontrarnos mas altos quizas, o convertidos en hombres,
pero solo envejecimos unos segundos.

Miramos confundidos a las personas que pretenden haberse caido por la conmocion, y a los que caminan con fingido aire de renovacion y madurez. Llegamos a ver a uno que no se ato a nada, y se rie por lo bajo de esta gran coreografia.


Observamos a nuestro alrededor, los cuadros siguen en su lugar y los libros de la infancia no fueron reemplazados por gruesos tomos polvorientos. Incluso estan nuestras canicas en un rincon, esperando que volvamos a jugar con ellas algun dia.

lunes, 29 de marzo de 2010

Monologo final

De pie sobre la tarde intima como su cuarto con la cama deshecha. Un momento suspendido en el tiempo, atrapado entre el placer y el deber. Uno se despierta y se estira, mira el techo relajado por unos momentos y luego se levanta para contemplar la cama en cuestion. Despeinada como quien se asoma por la ventana, nos inspira ternura en su desarreglada inocencia. Pero es cuestion de segundos para que nos invada la culpa, y recordamos que debemos ordenarla. Con algo de resentimiento sacudimos las sabanas, y con ellas lo que soñamos aquella noche. Nos entregamos a la tarea de aprisionar con frasadas aquel lecho que nos arropo incondicionalmente. Todo sea por la rutina.

(Observa sus zapatos algo sucios y roidos, lejos de estar lustrados. Palpa su camisa y siente la suavidad de la ropa que no ha sido planchada en un tiempo. Quizas sea mejor asi, nadie quiere ser formal).

El ocaso es como aquel momento en el que se puede contemplar la cama sin culpa. El dia lo pasas contando las horas que llevas despierto, y la noche recordando como las contabas. Pero en la luz rojiza del crepusculo no ves pasado ni futuro, ni siquiera presente. Desprovisto de tiempo, te encuentras contigo mismo por unos instantes (¿Se lo puede llamar instantes aunque no puedan ser medidos?). Ese es el momento mas placentero para un hombre, o el mas aterrador. Despues de todo, ¿Cuantos pueden encontrarse en lo que refleja el espejo? Me atrevo a decir que todos pueden, pero no todos se atreven. Inspeccionar hasta el ultimo pliegue de nuestra sombra, y juzgarnos a nosotros mismos. Despues de todo en nuestra benevolencia somos los jueces mas crueles.

(Siente como su pierna derecha se entumece y la sacude, seguido del hormigueo que nos avisa como nuestro cuerpo de despierta de su siesta algo confundido. Sonrie pues recuerda el mismo entumecimiento de los dias de colegio al pararse del banco y reirse mientras se arrastra la pierna adormecida. Pero hoy no puede permitirse un error causado por la fatiga, los dias de despreocupada inocencia han quedado muy atras).

Supongo que solo puede sostenerse la mirada a si mismo en el espejo quien no huye de lo que fue, o de lo que es ahora, y solo quien pueda hacerlo es feliz. Las multitudes que aseguran ser felices son solo aquellos que lo desconocen; solo tus ojos son lo suficientemente agudos para emitir un juicio acertado. Que felices son ellos en su ignorancia, pero uno no puede ignorar una verdad asi una vez que la conoce.

(Su mano izquierda tiembla, pero la derecha la aprisiona tenazmente. Su cuerpo parece adivinar los acontecimentos que estan por suceder. Este intenta noble, e ingenuamente, proteger la carne. No puede evitar sentir cierto afecto ante estos instintos basicos, pero el hace tiempo dejo de preocuparse por ello).

Cuantas veces me he visto en el espejo y no pude sino bajar la mirada. Es inhumano soportar el estupor de todos aquellos que de alguna manera te criaron, todos los que se preocuparon por ti, ahora decepcionados. Su recuerdo atrapado en mis pupilas me ataca silenciosamente. Imagina todos los consejos ignorados y esperanzas muertas atrapadas en las cuencas de tus parpados, hasta que te preguntas si no eres mas que lo que quedo de lo que otros esperaban que fueras, de lo que tu esperabas ser.

El viento desarregla su pelo suavemente. La brisa no lo invita a unirsele, pero tampoco lo rechaza. Esa es la misma indiferencia que lo mato hace tiempo ya, pero en este momento no se percata de ello. Aquel resplandor rojizo lo protege de su conciencia incriminante, pero percibe que este destello comienza a flaquear. Pronta esta la noche, y el sabe que esta no tiene misericordia. No esta seguro si el rugido de autos a su espalda se asemeja mas a una suplica que le implora que recapacite, o a un coro de voces que lo acusa de cobarde y rie con un estruendo metalico. Pero por una vez en su vida no hace caso a lo que digan los otros, y se encoge de hombros levemente mientras sonrie para si, al borde de una carcajada. Entonces se inclina, dispuesto a disfrutar del viento por ultima vez.

Pocos recuerdan haber visto un hombre en la cima del puente aquella tarde, observando el horizonte, o eso parecia. Un pasante creyo ver una figura caer al agua y desaparecer en las olas. Por mera curiosidad se asomo por la baranda para fijar su mirada en el circulo de espuma, el cual ya comenzaba a difuminarse por la corriente. Pero la luz del atardecer es engañosa y confusa, por lo que aparto la mirada de aquel sol que le obliga a entrecerrar los ojos, y siguio caminando.

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Mi primer publicacion, sean benevolentes.