jueves, 29 de julio de 2010

Creian que eso era amor.

Todos veían a dos personas tomadas de la mano, menos yo. Yo veía a un joven de ancha sonrisa que se creía listo para cargar con el peso del mundo sobre sus hombros. Vi a una muchacha hermosa pero ingenua, que no podía esperar para ser la señora de alguien. Pero no se tomaban de las manos, ni llegaban a tocarse. Entre ellos había una distancia, un espacio, no por odio o rencor. No estaba aparentando nada tampoco, tan solo desconocían algo. No entendían que el otro representaba un mundo entero por su cuenta, más que una extensión de su propio mundo. Era esa ignorancia la que los mantenía ligera, pero crucialmente separados.

Las preguntas usuales se hicieron escuchar, no para comprobar que sabían lo que hacían sino para asegurarse de que siguieran el camino correcto, o al menos el único que conocían. “Si”, respondieron orgullosos como quien da la respuesta correcta en un examen y recibe gestos de aprobación y sonrisas condescendientes a cambio. Y por supuesto, creían que eso era amor. Nadie le pregunto al joven que película era la que más la hacía llorar a ella, o a la muchacha cuando había sido la última vez que había soñado con él. No les importaba saber si la tomaría en sus brazos y saltaría a la pileta con la ropa puesta, para después reírse empapados; o si ella se quedaría jugando con su pelo mientras el dormía, susurrándole al oído aunque sabía que no podía escucharla. No, nadie creyó que eso fuese importante. Solo sabían que eran inocentes y que jamás lastimarían a nadie. Los usarían como muñecos de trapo y los chocarían al uno contra el otro como para hacer chispas. No necesitaban amarse para eso.

Quise pararme y decirles que no sabían lo que estaban haciendo, de preguntar a gritos como estaban todos de acuerdo. Pero pronto la indignación dio paso a la desesperanza, sabía que no me entenderían. Me tratarían como a un loco… ¡claro que parecían enamorados! Entre las flores y las sonrisas, los vestidos y las niñas con rizos, los amigos y los flashes de las cámaras, las palmadas en el hombro y las lágrimas de emoción, los “estas haciendo lo correcto” y los “estamos orgullosos de ti”… ¿Quién no sería feliz?

Pero la rutina los aguarda, así como nos aguarda a todos. Los días pasarían y como piezas de un rompecabezas que no encajan, seria cada vez más difícil amoldarse al otro. Se sentarían en silencio sin que hubiese nada para distraerlos esta vez y tratarían de cruzar la distancia que no los había dejado tomarse de las manos. Se asomarían a la mente del otro con cautela, pero tendrían miedo. En el mejor de los casos no lo lograrían. Entonces se sonreirían tímidamente y llenarían el vacio con carcajadas, pensando que eran solo pequeñeces. Solo pequeñeces… como si las cosas importantes no estuvieran hechas de ellas. Pero tardarían mucho, y sufrirían demasiado para darse cuenta de esto, y cuando sus risitas nerviosas dieran paso al silencio, ya no quedaría nada. Dos almas encadenadas, y el mundo es ahora un poco más gris.