jueves, 10 de marzo de 2011

Esto es para vos.

Esto es para los que están atados a la realidad por el piolín de un globo que se pincho cuando dejaron de ser niños. Para los que construyeron su puente a este mundo con piezas de lego tan vulnerables que al tiempo no le importo que fueran de plástico, las oxido de cualquier manera. Para los que crecieron con miedo preguntándose cuando los meterían en esa maquina que los haría adultos, que cambiaria sus sueños por cosas que desearían haber hecho, sus sonrisas por tarjetas de presentación, sus ojos que observaban todo con asombro por la mirada triste que veian en la cara de sus padres. Padres que les decían que cuando crecieran entenderían ciertas cosas que al parecer no se pueden explicar. Como porque a veces agachan la cabeza, porque a veces bajan los brazos, porque a veces dejan intentar. O porque en algún momento dejaron de soñar cuando sus ideales chocaron con la realidad, y aprendieron a dibujar una línea que divida realidad de fantasía. Quizás solo tuvieron miedo de ilusionarse de nuevo.

Esto es para todos aquellos que estuvieron a punto de rendirse, que estuvieron a punto de dejar que un adulto los pintara de gris, pero se salvaron al ultimo segundo. Descubrieron que había gente que no solo leía los libros sino que los vivía, como si las hojas que encerraban las palabras no fueran una barrera y el papel en el que estaban escritas fuesen una extensión de su cuerpo. Encontraron personas que no solo escuchaban música sino que la sentían en sus huesos, y que cuando cerraban los ojos, oían violines en vez de silencio y el mundo importaba un poco menos. Gente que caminaba distinto y no bajaba la mirada frente al espejo. Gente que no guardaba sus sueños en un cajón y su día a día en otro, que actuaban como si no hubiera línea que separara la realidad de la fantasía, como si el Quijote hubiera estado en lo cierto. Y nosotros nos dimos cuenta que queríamos creer lo mismo. Queríamos creer que no había línea.

Esto es para los que desde chicos tuvieron la certeza de que las cosas “reales” son justamente las que no se tocan, pero no sabían cómo explicarlo. Para los que siempre intentaron explicar esto con sus propias palabras y jamás se escondieron tras frases contundentes como “Lo esencial es invisible a los ojos” que suenan más a best seller que a revelación. Para los que sabíamos que la verdad no era algo que entraba en una frase, metías en una lata, ni acomodabas en un eslogan. Como si siete palabras limpiasen nuestra conciencia, nos elevasen por encima de algo, lograran llenar un vacío por si solas.

Teníamos la impresión de que esta vida era demasiado calculable, demasiado tangible como para esperar de ella algo mas que respirar, dormir, sobrevivir. Fue entonces que descubrí que si apilaba piedras podía hacer una casa, pero si apilaba palabras podía hacer mundos. No fui el único, pero sin duda éramos la excepción. Y si alguna vez prestaste atención nos debes haber visto. Éramos los que leían 20 mil leguas de viaje submarino mientras los demás chicos jugaban al futbol, los que admiraban el ingenio de Tom Sawyer mientras los chicos de nuestro grado reían con Tinelli, los que buscaban mapas del tesoro enterrados en su jardín mientras el resto cambiaba figuritas del mundial.

De esta manera nos criamos alejados de todo lo que nos rodeaba. Mientras veíamos a todos tapar las grietas que se crean cuando una mente se estira, nosotros las volvíamos cavernas, y sin miedo a explorarlas descubrimos que para saber quienes éramos no necesitábamos más que escuchar el eco que estas nos devolvían. Pero todo esto dejaba su huella en nosotros, vivir en la sombras nos volvía pálidos y ojerosos. Queríamos creer que nuestros días de marginados serian recompensados algún día, que alguien prestaba atención y escribía nuestra historia, que alguna día seriamos el personaje de un cuento, que en el fondo éramos mártires. Pero entonces crecimos.

Entramos a la adolescencia y nos reímos de nuestra ingenuidad. Nadie prestaba atención, a nadie le interesaba nuestra historia, y si existían dioses que nos observaban desde arriba no importaba, porque ellos nunca bajaban a consolarte. Lo único que nos consolaba era una frase que intentábamos grabar a fuego en nuestra mente todos los días, “No hay línea”. Tenia que ser cierto. Como un jugador que se ve perdido y apuesta todo al numero 27, como un hombre que salta de un tren en movimiento porque sabe a donde este se dirige, como un abogado que se para y grita “Objecion!” justo antes de que el martillo del juez golpee la mesa como un verdugo… teníamos que creer que era cierto, que hacíamos lo correcto.

Pero las probabilidades estaban en nuestra contra. Nos dimos cuenta de que no quedaban dragones que matar, San Jorge ya se había ocupado de eso, ni islas por descubrir porque los satélites de la NASA nos ahorraban la molestia y de paso la gloria. Pero eso no nos freno, nuestros sueños crecieron a la par. Se volvieron más humildes, más rebeldes, y nos llamaban más que nunca. Aprendimos que una aventura puede consistir en un auto destartalado, una carretera perdiéndose en el horizonte y un extraño que al final del viaje podamos llamar “hermano”. Y no queriamos nada más.

Cambiamos nuestros libros de fantasía por historias de gente que parecía buscar algo que buscar porque al igual que nosotros, les costaba encontrar algo a lo que aferrarse en un mundo con mas piedras que palabras. Los fantasmas pasaron de ser sabanas que flotan a recuerdos que no nos dejan dormir, y el caballero en armadura dorada a cualquiera que nos ayudara a enfrentarlos. Vendimos todos nuestros autos de hot wheels y con las pocas monedas que nos dieron a cambio compramos un poster de un convertible Ford celeste de los ´60, como un monumento a la nostalgia que nunca tuvimos. Nos gustaba ese poster. Nos gustaba creer que algún chico lo había armado pieza por pieza salvándolo del olvido, poniendo sudor donde iba aceite, corazón donde iban repuestos descontinuados, con esa abstracción que solo puede lograr un adolescente que siente que está haciendo algo superior a el.

El cine nos mostro personas perdidas buscando un lugar en el que el piso no les quemara los pies, dejándose llevar por el viento como muñecos de papel con las alas rotas, chocando contra otros cada tanto. Sus alas deshilachadas hacen chispas cuando se chocan iluminando las imperfecciones del otro, pero encontrando belleza en ellas. Se atraían por sus fortalezas, pero se enamoraban por sus fallas, y mientras mas hondas fueran mas fuerte reian para dejar en claro que no les importaba.

Sabemos que hoy en día son pocas las rutas que se pierden en horizonte, por culpa de los edificios que crecen del piso como barrotes. Sabemos también que quedan pocos convertibles Fords celestes de los ´60, porque la nostalgia ya paso de moda. Y sabemos también que cada vez hay menos gente que se deja llevar por el viento. Quizás una vida sin sorpresas logro seducirlos al fin.

Pero quiero creer que no es así. Quiero creer que hay gente sentada en el borde de la ruta esperando a que pase un auto para hacer dedo, a que alguno de nosotros dispare una bengala para que no quede ninguno en las sombras, a que una corriente de aire nos arroje a todos en la misma dirección. Mantengamos las alas abiertas por si las dudas. Cuando llegue esa noche, como justicieros disfrazados de vándalos, vamos a abusar de la inocente cantidad de cafeína en las latitas de coca-cola, vamos a blandir nuestras latas de aerosol como si fueran espadas, y esgrimirlas contra todos los barrotes que nos encarcelaron alguna vez. Mientras todos duermen volveremos a nuestros cuartos, pálidos y ojerosos pero sonriendo.

Al día siguiente me reiré cuando vea a todos los hombres de traje preguntándose qué significa esa frase escrita en todas las paredes de ladrillo.

“No hay línea”.


Que no te pinten de gris.