viernes, 25 de enero de 2013

Estoy sentado en un concierto de musica clasica modesto. Sube al escenario un chico de aspecto etereo, caminando como esas personas que parecen rellenas de algo mas liviano que el resto. Hace una reverencia mientras el publico aplaude su entrada y el anuncia que va a "tocar debussy", seguido de algun murmullo de aprobacion. 

Algo pretencioso cuando me pongo a pensar que lo unico que va a hacer es repetir lo que otra persona creo. Es como si yo subiera a un escenario y declarara "voy a recitar frost" y esperara recibir aplausos por leerlo en orden, y luego elogios sobre como mantuve la metrica o enfatizé las vocales. Ya me estoy perdiendo en en un principio de desprecio hacia el musico cuando empieza a tocar, volando sobre las teclas mas rapido de lo que mis oidos pueden seguir,  materializando a Achille en frente mio, transformandose en Claude dentro de la camisa que no logra llenar con sus huesos de ave, y olvido todo lo que venia pensando. 

Siempre olvido que el merito de estas personas esta en traducir esos simbolos y numeritos que no entiendo en algo vivo que si entiendo; una hoja gastada que me parece una ecuacion matematica pero ellos ven como un manchon de sangre fresca, el diario intimo de un semidios, los garabatos ebrios de un loco, la grieta que quedo en la rodilla de El Moises cuando Miguel Angel le pego y le ordeno que hablara, un libro de esos que cuando pasas la pagina algun dibujo se separa del papel y se te acerca a la cara, lleno de mariposas de tela y noches frias acurrucadas contra una estufa helada y miradas atormentadas por acantilados y olimpos sin forma y emociones que parecen luz que casi pueden tocar pero nunca alcanzan, atormentados por no saber como contarnos de ellos y cansados de sangrar golpeando las teclas y las cuerdas y lo hueco en todas las cosas para llenarlas con esa luz indiferentemente divina. 

El chico termina de tocar y lo aplaudo tan fuerte como el resto, y su fragil reverencia se me hace humilde.