Pueblos de Papel
viernes, 25 de enero de 2013
martes, 9 de octubre de 2012
Caballos de madera.
sábado, 28 de abril de 2012
"Che America".
Solo consegui extrañar un hogar que no tuve
Yo sufri esta odisea
Che america, de verdad eran tan malos los comunistas?
Che america, como se sintió tener a Louis Armstrong y a Marilyn Monroe bailando en tu panza?
Che america, escuche que ibas a abrazar a todos los inmigrantes cansados.
Y mientras me voy y vos pareces cada vez mas la estampilla a la que estoy acostumbrado
viernes, 20 de abril de 2012
Nancy.
Para eso esta la doctora aca, que como decía, habla con un tipo de autoridad que escapa a la enorme experiencia que mis abuelos hayan acumulado en sus vidas. Escucho como se exaspera un poco por las preguntas ceremoniosas sobre como prefiere atender a mi abuela, y comienza a disparar sus propias preguntas de inmediato, en lo que asumo es un intento para medir su senilidad. Le pregunta si sabe quien es, porque vino, que va a hacer. Me tenso sobre las sabanas porque no le esta dando tiempo de responderlas. Mi abuela toma unos 7 segundos en responder preguntas básicas, no porque no las sepa pero porque ese es el tiempo que le toma buscar el mejor camino para hacerlas llegar hasta su boca, y si le das tiempo suficiente estoy seguro que podrias discutir a platon con ella. Pero cuando esta nerviosa, las palabras no encuentran ese camino, y la doctora le esta apuntando una lámpara de interrogación a la cara vistiendo la piel de siglos de ciencia rigurosa y medicina occidental, y lo que debe considerar una cantidad de tiempo similar que invirtió en estudios y diagnósticos personales, y encima de esta piel algún uniforme blanco que destaca esteril encima del piso de madera que cruje cuando lo pisas, y todos los cuadros y antigüedades en esta casa que visten de polvo.
Asi que son mi tia y mi abuelo los que contestan, siempre después de unos segundos de silencio de mi abuela, en los que se que gira la cabeza hacia la derecha y le tiemblan los labios ligeramente, porque ella siempre busca respuestas en las diagonales de los cuartos. “Raquel”, “Hace como un año”, “Solo un homeópata”, van respondiendo sus preguntas como un coro griego narrando alguna tragedia, y la doctora siempre dirigiéndolas a mi abuela. En algún momento mi abuela se debe rebelar a este acuerdo porque empieza a responderlas ella. Esto no ayuda.
-“A ver decime, haces algo con tu tiempo libre?”
-“…no”. (“teje”, agrega mi tia)
-“Y que tejes?”
-“Siempre teji, pero ahora no se. Un chaleco. Creo”
- “Aja…” - dice la doctora, y escucho el sonido de un juicio formándose, suena como una puerta pesada que se cierra.
- “Cualquier cosa”
- “Novelas, biografías, cuentos, poemas?”
- “…no me acuerdo. Cualquier cosa”.
- “pero… sabes la cantidad de veces que he dicho la hora…”
- “Pero ahora podes?”
En el silencio que se produce en el que imagino mi abuela agarra el reloj, sabiendo con exactitud que hora es como sabe tantas otras cosas, pero sin saber decírnoslo, escucho a alguien balbucear “café”, probablemente mi tia, y mi abuelo y tia preguntan al unisono si le pueden ofrecer un café a la doctora, tratando de arrastrarla a un mundo que les es mas familiar.
Una serie de evaluaciones de la doctora me devuelven a la conversación, cuando escucho a mi abuelo usar el tono con el que me habla cuando quiere imprimirme una moraleja, con el tipo de poesía que le dieron los años y la vida.
- “Todas estas cosas que ella le dice… ella las cree y luego las sufre. Me explico?”
Y a mi abuelo igual que a mi nos aplasta la ciencia. Queremos explicar que nosotros construimos nuestra realidad con la cabeza, o lo que algunos llamaran corazón. Pero la doctora sabe que hay cosas que están solo en los huesos, y nos señala a la realidad como brutal evidencia, la cual como siempre, peca de exceso de honestidad. Eventualmente bajo al living, porque siento la culpa de no estar ahí para por lo menos sentirme inútil. Digo que estaba durmiendo, porque la gente se siente incomoda si saben que los estuviste escuchando, aunque sean ellos quienes hablan fuerte y vos el que no tiene puerta para cerrar.
Ella ya esta de pie y le recuerda a mi abuelo que lo mas importante es que se cuide el. Porque los que corren mas riesgo siempre son los que acompañan, lo cual yo sospechaba de hace tiempo. Que no puede ser siempre el quien la cuide. Y ahí ella me mira a mi y no tiene que decir nada para que yo responda
- “Lo se” – porque se que nunca hago lo suficiente, y es difícil sacudir mi instinto de parecer un fantasma para hacer compañía, y este papel de nieto y niñera es tan nuevo para mi que todavía intento hacer malabares con estos roles, y tantos otros.
jueves, 5 de abril de 2012
Diario de viaje 1 - Estados unidos.
En argentina tenemos tierra de sobra. Ni las vacas saben que hacer con ella. Lo mejor que se nos ocurre es ponerle un cerco y tirar unos cuantos tiros cada vez que alguien amaga a cruzarlo. Aca no hay tal cosa. Cada pocos kilometros te encontras con asentamientos esparcidos por todas partes. Mientras sigo para el norte los edificios se hacen mas escasos y pequeños. La gente en la calle usa mas capas de abrigo que en la parada anterior. El ultimo hombre que vi parecia un astronauta, encerrado en si mismo, apilando unas cajas con esos movimientos cortos que delatan nuestra estrategia de hacer de cuenta que el frio no esta. No se cuando los charcos empezaron a congelarse. A estas alturas los pueblos son escenarios de peliculas con moralejas sencillas, a donde siempre se refugian los personajes atormentados que necesitan un respiro, o de donde los adolescentes tratan de escapar. Los edificios mas altos parecen ser oficialmente las iglesias del pueblo, lo cual imagino sera una maldicion para algunos y un ultimo bastion para otros.
Las casas simples y orgullosas parecieran estar hechas para el invierno y se dan los lujos correspondientes. Ni las mas humildes se niegan una casita del arbol entre cedros o pinos que crecen como yuyos en los jardines. Casi parecieran entrar en las casas mismas, por las ventanas, los agujeros en el techo. Un tractor oxidado se deja cubrir por unas enredaderas. El humo blanco de las chimeneas me dice que los hombres estan juntando valor para salir a trabajar en este aire frio. Mas frio de lo que fuimos hechos para soportar. Pero que historias parecen arder en estos pueblos que las veo desde la ventana del tren como si me las estuviesen diciendo al oido, como todos estos callejones y almacenes de la esquina podria haber sido mios, como debe ser nacer en estos pueblos estacionados en la orilla sabiendo que algun dia te vas a ir. Quisiera tener muchas vidas para poder haberme criado en todos estos lugares.
lunes, 5 de marzo de 2012
El colegio me enseño a odiar la poesia.
En vez, crecerán en adultos
lunes, 7 de noviembre de 2011
Internet no tiene la culpa
domingo, 23 de octubre de 2011
Oh juremos con gloria morir.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
marinero
miércoles, 15 de junio de 2011
Mayo 31.
Junio 15.
Junio 15.
Desenrollamos nuestras rutas antes de dormir
Como bengalas tumbadas apuntando a la nada
Como una pista de aterrizaje siempre abusada
Por los anhelos que dejamos crecer en su espalda
Como bosques que esperamos, nos den algo que respirar
Cuando se nos acabe el oxigeno.
Esperamos a un atronauta que aterrize sobre ellos
No importa que la escafandra no nos deje ver su rostro
Solo queremos que nos apunte a donde tenemos que ir.
martes, 26 de abril de 2011
poesia
ya vendran mas.
School taught me to hate poetry.
taught me to measure it
in tea spoons
because it was rude
to drink too much of it
teachers too afraid
to take a poem with their bare hands
and eat it raw
they would pick knife and fork
disect it like a corpse
until they felt brave enough to face it
then they would taste it´s dead flesh
nodding as if they had the right to approve
then forcing us to do the same
while Bukowsky and Frost weep
because kids are learning to fear them
while the dust settles over the stars
and the mountains
and the shadow of the trees
because we are forgetting
how to pronounce their names.
jueves, 10 de marzo de 2011
Esto es para vos.
Esto es para todos aquellos que estuvieron a punto de rendirse, que estuvieron a punto de dejar que un adulto los pintara de gris, pero se salvaron al ultimo segundo. Descubrieron que había gente que no solo leía los libros sino que los vivía, como si las hojas que encerraban las palabras no fueran una barrera y el papel en el que estaban escritas fuesen una extensión de su cuerpo. Encontraron personas que no solo escuchaban música sino que la sentían en sus huesos, y que cuando cerraban los ojos, oían violines en vez de silencio y el mundo importaba un poco menos. Gente que caminaba distinto y no bajaba la mirada frente al espejo. Gente que no guardaba sus sueños en un cajón y su día a día en otro, que actuaban como si no hubiera línea que separara la realidad de la fantasía, como si el Quijote hubiera estado en lo cierto. Y nosotros nos dimos cuenta que queríamos creer lo mismo. Queríamos creer que no había línea.
Esto es para los que desde chicos tuvieron la certeza de que las cosas “reales” son justamente las que no se tocan, pero no sabían cómo explicarlo. Para los que siempre intentaron explicar esto con sus propias palabras y jamás se escondieron tras frases contundentes como “Lo esencial es invisible a los ojos” que suenan más a best seller que a revelación. Para los que sabíamos que la verdad no era algo que entraba en una frase, metías en una lata, ni acomodabas en un eslogan. Como si siete palabras limpiasen nuestra conciencia, nos elevasen por encima de algo, lograran llenar un vacío por si solas.
Teníamos la impresión de que esta vida era demasiado calculable, demasiado tangible como para esperar de ella algo mas que respirar, dormir, sobrevivir. Fue entonces que descubrí que si apilaba piedras podía hacer una casa, pero si apilaba palabras podía hacer mundos. No fui el único, pero sin duda éramos la excepción. Y si alguna vez prestaste atención nos debes haber visto. Éramos los que leían 20 mil leguas de viaje submarino mientras los demás chicos jugaban al futbol, los que admiraban el ingenio de Tom Sawyer mientras los chicos de nuestro grado reían con Tinelli, los que buscaban mapas del tesoro enterrados en su jardín mientras el resto cambiaba figuritas del mundial.
De esta manera nos criamos alejados de todo lo que nos rodeaba. Mientras veíamos a todos tapar las grietas que se crean cuando una mente se estira, nosotros las volvíamos cavernas, y sin miedo a explorarlas descubrimos que para saber quienes éramos no necesitábamos más que escuchar el eco que estas nos devolvían. Pero todo esto dejaba su huella en nosotros, vivir en la sombras nos volvía pálidos y ojerosos. Queríamos creer que nuestros días de marginados serian recompensados algún día, que alguien prestaba atención y escribía nuestra historia, que alguna día seriamos el personaje de un cuento, que en el fondo éramos mártires. Pero entonces crecimos.
Entramos a la adolescencia y nos reímos de nuestra ingenuidad. Nadie prestaba atención, a nadie le interesaba nuestra historia, y si existían dioses que nos observaban desde arriba no importaba, porque ellos nunca bajaban a consolarte. Lo único que nos consolaba era una frase que intentábamos grabar a fuego en nuestra mente todos los días, “No hay línea”. Tenia que ser cierto. Como un jugador que se ve perdido y apuesta todo al numero 27, como un hombre que salta de un tren en movimiento porque sabe a donde este se dirige, como un abogado que se para y grita “Objecion!” justo antes de que el martillo del juez golpee la mesa como un verdugo… teníamos que creer que era cierto, que hacíamos lo correcto.
Pero las probabilidades estaban en nuestra contra. Nos dimos cuenta de que no quedaban dragones que matar, San Jorge ya se había ocupado de eso, ni islas por descubrir porque los satélites de la NASA nos ahorraban la molestia y de paso la gloria. Pero eso no nos freno, nuestros sueños crecieron a la par. Se volvieron más humildes, más rebeldes, y nos llamaban más que nunca. Aprendimos que una aventura puede consistir en un auto destartalado, una carretera perdiéndose en el horizonte y un extraño que al final del viaje podamos llamar “hermano”. Y no queriamos nada más.
Cambiamos nuestros libros de fantasía por historias de gente que parecía buscar algo que buscar porque al igual que nosotros, les costaba encontrar algo a lo que aferrarse en un mundo con mas piedras que palabras. Los fantasmas pasaron de ser sabanas que flotan a recuerdos que no nos dejan dormir, y el caballero en armadura dorada a cualquiera que nos ayudara a enfrentarlos. Vendimos todos nuestros autos de hot wheels y con las pocas monedas que nos dieron a cambio compramos un poster de un convertible Ford celeste de los ´60, como un monumento a la nostalgia que nunca tuvimos. Nos gustaba ese poster. Nos gustaba creer que algún chico lo había armado pieza por pieza salvándolo del olvido, poniendo sudor donde iba aceite, corazón donde iban repuestos descontinuados, con esa abstracción que solo puede lograr un adolescente que siente que está haciendo algo superior a el.
El cine nos mostro personas perdidas buscando un lugar en el que el piso no les quemara los pies, dejándose llevar por el viento como muñecos de papel con las alas rotas, chocando contra otros cada tanto. Sus alas deshilachadas hacen chispas cuando se chocan iluminando las imperfecciones del otro, pero encontrando belleza en ellas. Se atraían por sus fortalezas, pero se enamoraban por sus fallas, y mientras mas hondas fueran mas fuerte reian para dejar en claro que no les importaba.
Sabemos que hoy en día son pocas las rutas que se pierden en horizonte, por culpa de los edificios que crecen del piso como barrotes. Sabemos también que quedan pocos convertibles Fords celestes de los ´60, porque la nostalgia ya paso de moda. Y sabemos también que cada vez hay menos gente que se deja llevar por el viento. Quizás una vida sin sorpresas logro seducirlos al fin.
Pero quiero creer que no es así. Quiero creer que hay gente sentada en el borde de la ruta esperando a que pase un auto para hacer dedo, a que alguno de nosotros dispare una bengala para que no quede ninguno en las sombras, a que una corriente de aire nos arroje a todos en la misma dirección. Mantengamos las alas abiertas por si las dudas. Cuando llegue esa noche, como justicieros disfrazados de vándalos, vamos a abusar de la inocente cantidad de cafeína en las latitas de coca-cola, vamos a blandir nuestras latas de aerosol como si fueran espadas, y esgrimirlas contra todos los barrotes que nos encarcelaron alguna vez. Mientras todos duermen volveremos a nuestros cuartos, pálidos y ojerosos pero sonriendo.
Al día siguiente me reiré cuando vea a todos los hombres de traje preguntándose qué significa esa frase escrita en todas las paredes de ladrillo.
“No hay línea”.
Que no te pinten de gris.
jueves, 10 de febrero de 2011
Hola. Sigo vivo.
Esto es para los que están atados a la realidad por el piolín de un globo que se pincho cuando dejaron de ser niños. Para los que construyeron su puente a este mundo con piezas de lego tan vulnerables que al tiempo no le importo que fueran de plástico, las oxido de cualquier manera. Para los que crecieron con miedo preguntándose cuando los meterían en esa maquina que los haría adultos, que cambiaria sus sueños por cosas que desearían haber hecho, sus sonrisas por tarjetas de presentación, sus ojos que observaban todo con asombro por la mirada triste que veian en la cara de sus padres. Padres que les decían que cuando crecieran entenderían cosas, cosas que al parecer no se pueden explicar. Cosas como porque a veces se agacha la cabeza, porque a veces bajamos los brazos, porque a veces dejamos de intentar. O como porque al final del día hay que dejar de soñar, porque hay que dibujar una línea que divida la realidad de la fantasía y no dejar que jamás se mezclen.
sábado, 1 de enero de 2011
No te voy a decir feliz año nuevo.
Disculpen el mamarracho que estan por leer. Lo escribi ayer a la noche despues de que los festejos terminaran y yo como siempre, me quedara sin poder dormir.
No te voy a decir "Feliz año nuevo". No porque no sean las 12 aun, ni porque este lejos en este momento, ni porque mi celular siempre se las arregle para no tener señal. Tampoco es porque no te quiera. De hecho, mientras más me importes, mas me voy a esforzar para no decírtelo. Y es que no creo en los cambios de año, así como no creo en ningún cambio repentino que no involucre tiempo, sudor o sangre. No creo en festejar cómo pasan los años, porque al tiempo no le importa. Lo hizo cuando nosotros no estábamos y nunca necesito una fiesta en su honor para seguir haciéndolo.
No creo que esta noche sea distinta, ni nosotros más grandes, ni el mundo más sabio. No creo que nada cambie cuando se destapa una botella de champagne, ni cuando soplas 18 velitas en la oscuridad, ni cuando gente por la calle anuncia el comienzo de una nueva era. Son momentos, como el flash de una cámara que ni nos da tiempo para pestañear, como una estrella fugaz que vemos de reojo y después nos preguntamos si en verdad la vimos, como un chico que quiere iluminar toda la noche con un fosforo pero nunca puede porque el fosforo se apaga, y cuando él se rehúsa a soltarlo solo se quema los dedos.
Y es que son momentos, y así como uno simplemente no camina hacia el muro de Berlín un día cualquiera y lo tira abajo en nombre de la libertad, tampoco puede pretender iluminar la noche con lo que tenga en sus bolsillos. Y es que muchos no aprenden cuando crecen, y creen que madurar significa comprar un fosforo más largo. Pero como ahora nos sabemos superior a la noche por ser hombres, queremos que todos sepan que tratamos de iluminarla, queremos apagar la oscuridad por un rato, queremos recordarle al sol que no lo necesitamos para ver. Y los veo tirar fuegos artificiales como quien tira una moneda a una fuente, y los veo brindar bajo las chispas y desear que algo cambie, y los veo sacarse fotos bajo un cielo en explosión, queriendo arder por siempre. Y siento pena por ellos. Y sé que veo como todo tiene dos caras, y que lloro si alguien pisa una hormiga, y que el gesto más simple me parece el más trágico, pero eso no va a cambiar hoy, yo no voy a cambiar esta noche.
Porque quizás muchos crean en un dios que pueda mover montañas con un chasquido de dedos, y que quizás nosotros no estemos tan lejos de ser una montaña y nuestro dios un primero de enero. Pero si lo primero me parece absurdo, imaginen lo que pienso de lo segundo. Si algo hay que hacer en año nuevo es cerrar los ojos para que las luces en el cielo no nos distraigan de lo que en verdad importa, y en lo que tarda tomar aliento, pensar en donde estamos y más o menos a donde vamos. Y cuando larguemos el aire y abramos los ojos estar felices no porque esta noche sea especial, sino porque tenemos 365 noches por delante para hacer lo que todavía no hicimos y llegar a donde aun no pisamos. Y porque una de esas noches vos vas a finalmente tirar un muro que te dividía en dos, vas a poder iluminar la noche entera con los fósforos que venias tallando hace tiempo, y ese va a ser tú chasquido de dedos. No hoy, bajo esta noche de verano cuando el aire inspira cambio, pero capaz una noche de invierno que no huela a engaño. Y aunque el día siguiente sea un lunes vestido de saco y corbata y la nación no crea que merezcas un feriado, yo voy a estar ahí con vos brindando. Y cuando me preguntes porque nunca te dije feliz año nuevo te voy a decir que estaba esperando esta noche, y solo te voy a decir “Feliz cambio”.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Cosas que entendes cuando dejas de pensarlas.
viernes, 19 de noviembre de 2010
Hoy alguien me pregunto como escribia.
Empieza con una sensación física, un vacio casi tangible crece adentro nuestro, algo que muchos llaman melancolía o nostalgia. Todos sentimos esto alguna vez. La reacción lógica es contrarrestarlo; llenar el hueco con chocolates, distraernos mirando algo que no nos interese demasiado en la tele, cambiarnos y salir a bailar. Que lastima que nosotros no somos seres lógicos. En una mezcla entre curiosidad y masoquismo agrandamos aun más el agujero con nuestras manos desnudas, cortándonos con los bordes afilados que nos cubren por adentro a todos, enrollados como alambre de púa que aprendimos a tejer a medida que la gente nos lastimaba. Como esas capas de tierra de distintos colores que nos cuentan la historia de una montaña, nuestros pliegues nos cuentan la nuestra.
Mientras recorremos las marcas que otros nos fueron dejando sentimos el acero que las cubren en modo de defensa listo para perforar a cualquier intruso, y eso nos incluye a nosotros. Con las yemas de los dedos palpamos sus relieves, unos más afilados que otros: La primera vez que nuestros padres nos decepcionaron, que un amigo nos traiciono o nos dio la espalda, que nos dijeron “Ya no te amo, perdón”. Cada muralla más alta que la anterior, cada recuerdo más atrincherado que el último, cada anti-cuerpo más decidido a rechazarnos. “No te hagas esto” nos gritan, y no podemos odiarlos porque solo quieren protegernos. Pero aun así seguimos porque padecemos esta enfermedad de querer mirar adentro nuestro todas las noches, de hacer malabares con nuestros recuerdos más dolorosos para que no caigan al piso y se cubran de polvo, de recordarnos quienes somos compulsivamente por miedo a olvidarlo.
Después de un rato olvidamos que estábamos buscando y nos encontramos creando mundos en nuestras cabezas y luego haciéndolos colapsar como tristes maniquíes de prueba, solo para devolverlos a la vida una y otra vez. Recreando momentos de nuestra vida como fueron, y después como quisimos que hubieran sido, buscando el punto en que dimos un paso en falso. Somos arquitectos de fantasía y usamos oraciones en vez de ladrillos, incoherencias en vez de cemento, y recuerdos en lugar de columnas de hormigón. Por eso nuestros palacios son tan hermosos pero efímeros. En cuanto dejamos de sostenerlos se caen, pero no hay que preocuparse por eso, porque las horas pasan y el tiempo nos encuentra mirando fotos viejas o quizás cartas de alguien que nos quiso alguna vez y las usamos como materiales de construcción para hacer torres más altas y vacías, o camas más largas y solitarias.
Pero el punto de quiebre esta cerca y comenzamos a sentir arcadas. Nos da miedo perdernos en este laberinto que fuimos construyendo alrededor nuestro, y para peor nosotros quedamos en el centro. Necesitamos salir. Salir en tantas formas y de tantos lugares… Nos ponemos las zapatillas sin atarnos los cordones y escapamos por una ventana. El aire frio nos recuerda que hay un mundo afuera y llenamos nuestros pulmones con él. Empezamos a caminar frente a casas en las que gente tan distinta a nosotros duerme en paz. El huracán que hay en nuestra cabeza se deshilacha y nosotros tiramos de los hilos sueltos, descartando lo que no nos sirve. Seguimos caminando el tiempo que sea necesario para purgarnos de todo lo que creamos en estas últimas horas. Después de un rato nuestra cabeza pesa menos, y por poco entendemos lo que pasa por ella. Volvemos a nuestro cuarto, agarramos el cuaderno, nos metemos la lapicera hasta la garganta y vomitamos tinta.
Al día siguiente nos despertamos con una resaca de sueños rotos y las ruinas de un pueblo de papel entre nuestros dedos. Nos asomamos a la hoja que está en el escritorio y la leemos con los ojos de una persona cuerda ahora. La mayoría de las veces no tiene sentido ni para nosotros mismos. Otras veces es algo tan nuestro que la idea de que alguien más lo lea nos asusta. Pero cada tanto tiene algo de sentido. Entre los cadaveres de los muñecos a los que les dimos vida la noche anterior se esconde una historia, y eso es lo que vos terminas leyendo, cosas que quedaron de algo que nunca fuimos. Por eso te digo que en mi limitada experiencia ser escritor no se nace, se soporta.
Me asusta imaginar lo que tendrán que soportar los grandes escritores.
miércoles, 27 de octubre de 2010
Las estatuas son perfectas, pero se caen.
Nosotros las admiramos, idealizamos e inmortalizamos. Pasamos por alto cualquier defecto, o pero aun, lo traducimos en virtud. Si tiene un rayón decimos que es una cicatriz encerrando una historia, si está en ruinas la tratamos con la solemnidad que se merece. Interpretamos cada curva como una cadencia sublime, cada gesto como un mensaje por descifrar, cada cincelada como guarida de una verdad que nos sobrepasa. En este afán por idolatrarla, nos olvidamos que está hecha de piedra. Se agrieta como cualquier adoquín, sucumbe como el asfalto de nuestras calles. La perfección que nosotros le adjudicamos no la eleva por sobre las otras piedras, no la hace la excepción.
No, en verdad no estoy hablando sobre estatuas, ni sobre piedras, ni mucho menos sobre perfección, pero las películas orientales me acostumbraron a hablar en metáforas siempre que sea posible. En verdad estoy hablando sobre tu novio, sobre tu papa, sobre ese profesor de lengua que tenias en la secundaria, sobre Gandalf y Dumbledore, sobre Albert Einstein, sobre los caballeros de la mesa redonda, sobre aquel músico que pareciera escribir canciones en tu nombre, y vos no haces mas que observar como sus palabras decantan en tu alma. Cuídate de ellos. Te vas a sentir tentado a amar sin retorno, a obedecer sin cuestionar, a creer en todas las respuestas que te den, a seguir a un mago a la batalla como si fuera un estandarte, a sublevarte a una moral porque quien la dicta es noble, a elevar tu corazón en el aire con el puño esperando que se funda a ese hombre que canta en el escenario, deseando que el viento te arranque la voz y la lleve a donde se pierda la suya.
No lo hagas.
Ninguno de ellos es incorruptible, ni tan especial como nos gustaría creer. No estuvieron con Dante cuando este bajo al infierno, ni conversaron con san Pedro en las puertas del cielo. Son tan como nosotros, que nos asusta siquiera pensar en ello. Tan poco inoxidables, tan como estatuas de yeso, tan perfectos pero agrietables. Pero las palabras… las palabras no se oxidan jamás. De ellas nos enamoramos en primera instancia. Nos sentimos iluminados cuando dejamos que la letra de esa canción traspase nuestras defensas y se amolde con tanta facilidad a nuestro interior, mientras sus estribillos encajan tan bien en nuestros pliegues; cuando escuchamos a un Gandalf unirnos bajo un discurso a los pies de las puertas del castillo que están a punto de caer, sus postigos dispuestos a ceder ante el avance de quienes vienen por nosotros, y creemos que hay una razón por la que vale la pena morir empuñando una espada; cuando leemos una frase, una sola frase que logra sacudirnos con tal fuerza que no podremos descansar hasta grafitearla en cada pared gris de este mundo, hasta gritársela en el odio a cada hombre de saco que deja su vida en un cubículo, solo para poder irnos a dormir sabiendo que al menos tratamos de despertarlos. Una frase que probablemente, alguien tipeo en su máquina de escribir escondido en un sótano igual de gris, con una expresión tan cansada como la de aquellos hombres y la misma falta de fuego en sus venas. Sabiendo que no es quien para ser admirado, tan solo otro revolucionario que no fue. Algo no muy distinto a lo que hago yo ahora.
Está bien creer ciegamente, pero cree en la idea, no en el hombre. Si te vas a enamorar sin retorno que sea de un ideal, y no de alguien de carne y hueso. Si estás dispuesto a dar tu vida, a saltar a la batalla sin pensarlo dos veces, que sea por la causa, que sea por las palabras escritas en ese estandarte rasgado que ondea en el viento, pero jamás por el rey que lo sostiene desde su trono. No porque el rey sea corrupto, o un tirano despótico, sino porque es un hombre, nada más.
Como todos los hombres que parecían indispensables para que la tierra siguiera girando y nos enseñaron que a pesar de todo, esta sigue girando sin ellos; como todo aquel que fue dueño del mundo y dejo que este se le escapara de las manos, simplemente porque no pudo con su peso; como todas las gárgolas que protegieron a las catedrales de enemigos imaginarios que solo ellas podían ver, haciendo su sacrificio aun más noble; un día caerá. Caerá porque al igual que las estatuas, es solo cuestión de tiempo antes de que seamos cenizas de nuevo, no importa que tan alto lleguemos.
Pero las palabras que decimos… las palabras son perfectas, y ellas jamás se caen.
viernes, 1 de octubre de 2010
Cuando alguien joven muere.
Pero hoy me doy cuenta que no es así, y quiero saber por qué. Quiero podes explicar eso que solo se siente, y que cuando se quiere expresar solo se nos escapan fragmentos balbuceados, una mezcla de incomprensión e indignación, un intento de darle una forma a eso que sentimos todos, una ansia por nombrarlo. Porque si, todos intentamos ponerlo en palabras en algún momento y fracasamos. Algunos rompen en lágrimas de rabia, desconsuelo, y tantas otras cosas; o lo traducen en discursos contra la inseguridad, elocuentes y fantásticamente formulados, pero usados para compensar aquello que no saben decir en voz alta. Otros, solo nos quedamos en silencio, y buscamos entender.
Entender... que lo hace tan terrible. ¿Acaso es la inocencia que tenia, como en estos pocos años de vida no había tenido tiempo de hacer absolutamente nada para merecer la muerte y por eso se nos hace tan injusto? ¿O será por que a esta edad somos todavía tan moldeables e indefinidos, con tanto por aprender y tantas decisiones que tomar que una condena tan irrevocable nos hace ponernos de pie ante el jurado y reclamar algo entre justicia y benevolencia? Quizás sean los años que le robaron, todo el camino que dejo sin andar, las vidas que habría tocado, las veces que podría haber dado la vuelta al mundo. Y es que cuando somos jóvenes somos potencial indefinido, energía descontrolada, nosotros en nuestro estado más puro, y nos faltan tantas formas por asumir. Creo que por eso es tan terrible, porque alguien se atreve a frenar esta máquina cuando está tomando impulso, por cómo nos dicen que no podemos seguir aun antes de haber fijado una trayectoria, por la forma en que nos apagan cuando más podemos ser.
Quizás lo llores un poco sin haberlo conocido, cuando estés solo en tu cuarto y te des cuenta de lo que paso. No, no serias un hipócrita, por que cuando alguien joven muere morimos todos. Yo no lo conocía, y aun así estoy acá. Escribiendo esto.
lunes, 30 de agosto de 2010
Por razones que no entenderias.
La clave es no pensar demasiado. Tu mente tiene que estar en otro lugar, fuera de tu cuerpo, para sentir lo menos posible, para que este avance por su cuenta. Así me encuentro mirando a los costados, buscando algo ajeno a mí. La gente se acumula allí, tras la cinta, devorando el espectáculo con los ojos. Me pregunto cuántos de ellos habrán corrido alguna vez. Sacudo la cabeza al imaginar sus respuestas automáticas e ignorantes, obvio que no estoy hablando del movimiento rápido de piernas que algunos llamarían correr. Cualquiera puede hacer eso. Hablo de lo que estamos haciendo nosotros ahora.
Pronto me veo obligado a fijar la vista adelante, nunca puedo mirar al público por mucho tiempo. Sus palabras de aliento y sus gestos desbordantes de energía con los que pretenden darme algún tipo de fuerza solo me dan ganas de frenarme en seco, de decirles que se callen, que si quieren tener el derecho de decirme que siga adelante tienen que sentir lo que siento yo ahora, o haberlo sentido alguna vez. Si quieren gritar que continúe, si desean brindarme el más mínimo ánimo deben conocer antes la gravedad de sus palabras, lo que cuesta dar un paso en este momento.
Me encuentro mirándolos inevitablemente de nuevo con cierto odio, es una pena que el cansancio oculte todo rastro de él en mi cara y estoy listo para ignorarlos nuevamente cuando una persona me llama la atención. Nuestros ojos se cruzan en el momento justo en que paso frente a él y unos instantes son suficientes para darme cuenta porque me llamo la atención. Sus brazos están cruzados frente a su pecho, su cuerpo ligeramente tensado como si sintiera un leve dolor, quizás el mío. Su rostro esta serio, su seño fruncido y sus labios cerrados con más fuerza de la necesaria. Creo que comprende que si yo pudiera cambiar la expresión en mi rostro lo haría para darle a entender que lo vi, que se que está ahí, no como el resto. Si, comprende, pues se permite curvar ligeramente los labios pero arquea las cejas como para compensar el gesto, y me dedica una triste y determinada sonrisa. Eso era todo lo que necesitaba.
Enseguida me doy cuenta que él sabe. El sabe lo que se siente escuchar a cada célula de tu cuerpo gritar que pares pero tener que ignorar su pedido, que lo que sea que mantiene unidas todas tus partes está a punto de ceder ante la presión; que no importa de qué forma respires el aire siempre encuentra una manera de quemarte por adentro y bajar por tu garganta como una lija que no pasa ningún punto por alto hasta llegar a tus pulmones, los cuales se contraen frenéticamente ante la llegada del dolor y quieren dejar de respirar, morir asfixiados antes que ingerir voluntariamente otra bocanada de ese veneno, pero el resto de tu cuerpo implora por oxigeno de tal forma que sus suplicas hacen necesaria esta tortura y continuas medio muerto, convencido de que respirar siempre se sintió así, que la idea de que el aire pueda entrar por tu boca sin causarte más que alivio es un truco que te juega tu mente para hacerte caer, para que dejes de avanzar.
Pero antes de darme cuenta ya lo pase de largo y me encuentro mirando a más gente con banderines en la mano. Sin embargo su mirada y su silencio son más tangibles que los gritos de todo el estadio, y de ellos saco la fuerza que estaba buscando. Aprieto fuerte la mandíbula, en parte para sentir que todavía tengo control sobre algo, en parte para aplacar el dolor que sé que estoy por sentir, y comienzo a dar pasos más largos. El corredor que iba delante mío me mira atónito al ver como lo sobrepaso a un ritmo anormal para la última recta y el público rompe en gritos instantáneamente, ya saben a quién alentar. En otro momento esto me hubiese molestado pero ya no logran desconcentrarme, hay un solo par de ojos que me importan y sé que no me pierden de vista. Mi único objetivo es hacer cada paso unos milímetros más largo que el anterior, y lo voy logrando. Algunos ingenuos pensaran que es solo cuestión de acelerar, de ir más rápido, pero no saben que los músculos ya no existen a este punto. No, quedaron varios metros atrás, y lo único que nos mantiene de pie es nuestro esqueleto y la voluntad que a duras penas logra moverlo, por lo que pongo un pie lo más lejos que puedo del otro y espero no desplomarme.
Pero todavía no puedo caerme, se que el pasto es más cómodo pasando la cinta de llegada, ahí donde los corredores nunca lo pisan. Desapareció el publico y su papel picado que solo hacen más denso el aire, lejos está la línea de largada en la que yo era otra persona, atrás quedan los otros corredores mientras los paso uno por uno, preguntándose por que estaré corriendo. Pronto logre dejar todo lo que no importaba a mis espaldas, y comienzo a sonreír por el viento que me pega en la cara, por no darle el gusto a la tierra de colapsar sobre ella, y porque ahora mi cuerpo es un coro de gritos y suplicas en perfecta armonía que me ordenan que pare, rugiendo amenazas e incoherencias debido a la falta de oxigeno, pero tampoco les doy el gusto, y sonrió aun mas al saber que ni mis piernas, ni mis brazos, ni mis pulmones pueden retenerme en este momento, y que hay veces en las que el cuerpo no es la prisión del alma*. Sé que aquellos ojos que me seguían ya no lucen adoloridos, sino que sonríen también a su manera.
Lo próximo que se es que estoy respirando por primera vez en mi vida, y que mi espalda descansa sobre ese pasto sin pisar que había visto pasando la cinta, mientras siento como cada parte de mi cuerpo vuelve lentamente de la muerte, dándome la razón y disculpándose por no haber tenido fe en mi. Ignoro a cuantos pase al final, al igual que ignoro el momento en que cruce la llegada, no pare hasta llegar a este lugar sobre el cual quería desplomarme, sobre el cual había elegido caer. Pero no me interesa la carrera ahora y lo único que veo son las nubes que pasan por encima mío mientras pienso cómo me gustaría tomarme una entera y que como mi alma ya no está aprisionada por mi cuerpo quizás simplemente suba y lo haga. Cierro los ojos pensando en cómo se sentiría tomar una nube y apenas mis pulmones me lo permiten comienzo a reír tan eufóricamente como mi garganta adolorida puede soportarlo, y siento pasos y corredores que me saludan, y estrecho algunas manos desde el piso mientras rio cada vez más fuerte, y una voz seria y monótona viene a decirme algo de una medalla pero le digo en un susurro que no me moleste ahora. Estas pequeñas muertes son las que me hacen sentir vivo.
lunes, 23 de agosto de 2010
Deberia irme a dormir - Log 2.
Son las 4 a.m, y debería irme a dormir. Me convenzo de acostarme al dar vuelta esta página, al terminar el capitulo, pero entonces leo sus últimas líneas: "Y con tanta ciencia una inútil ansia de tener lastima de algo, de que llueva aquí adentro, de que por fin empiece a llover, a oler a tierra, a cosas vivas. Si, por fin a cosas vivas."* No, no me puedo ir a dormir después de eso. Necesito seguir hasta que las palabras amaguen a ser tediosas, lo necesario para darme unos segundos de desatención y razonar que el libro va a seguir ahí mañana, no necesariamente esperándome pero tampoco creo que vaya a huir de mi. Envidio a las personas que pueden tener un monologo interior en paz, porque enseguida una voz en mi cabeza me indica que quizás sea yo el que no este acá mañana para agarrar el libro.
No, evitemos caer en las fatalidades en las que se le teme a las vueltas de la vida y a ese auto que algunos están convencidos, los va a atropellar si no miran tres veces antes de cruzar la calle (derecha, izquierda, derecha de nuevo). No estoy hablando de eso. Además la vida tiene un sentido del humor bastante irónico, y va a esperar pacientemente a que uno de ellos mire tan solo dos veces antes de cruzar, y entonces lo embestirá. El hombre, ahora reducido a nada sobre la calle, va a levantar su brazo por sobre el asfalto todo lo que pueda, y con un índice tembloroso elevado como quien da un sermón, pronunciara como una excusa para el que conducía, o capaz solo para sí mismo: "Yo sabía que debería haberme fijado tres veces", y se alegrara de que esas sean sus últimas palabras. En su camino al cielo quizás no se anime a cruzar las nubes por miedo a chocar con un avión. Habrá vivido encogido, enfrentado la vida con miedo y encarado la felicidad de la misma manera. Pero por lo menos se habrá castigado.
Si menciono a estas personas es solo para identificarlas y poder alejarse de inmediato, su miedo es altamente contagioso. Cuando ellos ven unas sombras en un rincón oscuro no piensan en dos enamorados refugiándose del mundo, sino en el escondite de alguien preparado para atacarlos. Cuando alguien camina cabizbajo cerca de ellos no se preguntan si estará teniendo un mal día, recuerdan el índice de robos. Cuando se paran sobre una montaña no se asoman para sentir el viento, cuentan los pasos que los separan del borde. Siempre me pareció el colmo de lo absurdo. Es mantenerte en forma para después encadenarte los pies, es plantar una flor y guardarla en un frasco de vidrio, es conservar la vida solo para ver más nítidamente como se nos va. Y es triste que tantas personas no lo entiendan.
Por supuesto que yo voy a estar acá mañana, pero si no llego a estar les aseguro que no voy a ser consciente de mi ausencia. Aun si llego a estar consciente de ella... pues no estaría ausente entonces. ¿Ven que fácil es despreocuparse? No solo fácil, sino lógico, un tipo especial de lógica que los que no la entienden llaman locura, y los locos nos reímos en sus caras porque a nosotros, tal como a la vida, nos gusta la ironía.
Pero al parecer termine hablando de aquello de lo que no quería hablar, como me pasa siempre, y al final no les dije a que se refería mi subconsciente con que quizás yo no este acá mañana. Podría explicarlo todavía, pero ya no parece tan importante.
*A ver quien sabe de donde son estas dos.
jueves, 19 de agosto de 2010
Una de esas noches - Log 1.
"Man's mind,stretched to a new idea,never goes back to it's original dimension - La mente del hombre, estirada a una nueva idea, nunca vuelve a su dimension original"
-Oliver Wendell Holmes*
Hoy es una de esas noches. Me pasa cada tanto. Veo una película, comprendo una idea, sospecho una verdad, termino una historia, doy vida a un personaje, entiendo al hombre detrás de la máscara. Los ojos ciegos bien abiertos* mientras miro a la nada y a todo a la vez, en un ingenuo intento de ver un poco mas allá, apenas mas. Alguien pasando por ahí pensaría que estoy buscando una respuesta en el polvo que se junta en la unión de los sócalos de la pared de mi cuarto. Da lo mismo a donde mire, solo trato de ver entera esa imagen que ahora me doy cuenta, estuvo siempre en algún lugar esperando a que la encontrara.
Mi mente se estira hasta límites insospechados como un elástico, y siento como mi interior se ajusta eufórico al cambio. Rara vez abandono el cómodo escudo de la lógica fría, pero cuando lo hago mi espíritu me lo agradece. Por unas horas soy radical, soy un pacifista, soy un soñador o soy leal a causas que jamás hicieron nada por mí. Tengo esperanza en todo lo que vale la pena tenerla y mis convicciones son de acero. De repente morir por mantener en pie una idea suena no solo noble, también correcto, pero más correcto aun suena evitar a toda costa que alguien mate en su nombre. Entendí por un momento a los revolucionarios dispuestos a poner una bomba donde su corazón lo indique, y me enorgullezco un poco de eso en secreto.
Pero esto no dura mucho. Nadie puede vivir iluminado, por razones prácticas. Después de un rato un instinto natural de supervivencia que está en todos nosotros comienza a actuar, el olvido. Me convenzo de que las cosas no fueron tan así, de que claramente exagere, de que por alguna razón solo en las películas la idea es superior al hombre. Hasta lamento un poco haber gastado tanto tiempo mirando el polvo que se junta en el sócalo, y sé que la musa que me visito ahora llora en algún lado por mi traición. Hace unos momentos había jurado defenderla y ahora ya la estaba olvidando.
El mundo es cínico de nuevo y yo no me puedo quedar atrás, los ideales son pisoteados como banderas de otra época y como siempre, probablemente no haga más que quejarme un poco cuando vea a la gente marchar sobre ellas. Mi mente se achica, los horizontes se contraen, es cierto. Pero no vuelven a su forma original, se alargaron un poco. Como un molde que se intento ajustar a otra figura, se deforman, pero se deforman para bien. Ahora quizás hable un poco más fuerte cuando vea una multitud pisotear esas banderas, quizás les exija un mínimo de respeto hacia ellas que solo estaban ahí para darnos un propósito, para que nuestras vidas fueran algo más que respirar y dormir. De esa manera me vuelvo un poco más como quisiera ser. Cada vez estoy más cerca de poder sostener ese momento en que mis acciones coincidan con mis ideales, en que tenga la imagen que busco siempre, clara en la cabeza, y que no se escape en cuanto yo vacile. A veces pienso que eso es crecer, aunque la mayoría piense que crecer es justo lo contrario. Pero no, ellos no crecen.
Envejecen.
* Me pregunto quién entenderá la referencia. Voy a empezar a poner asteriscos cuando haga referencias de ahora en más. El que las adivine se lleva un premio. Mentira, solo mi respeto. Qué premio miserable, no?
*ACTUALIZACION: 26 de agosto. Acabo de encontrar la cita de este tipo, Oliver Wendell Holmes, que CLARAMENTE viajo en el tiempo, leyo mi escrito, volvio a su tiempo y dijo eso robandome mi idea. Yo escribi "Mi mente se achica, los horizontes se contraen, es cierto. Pero no vuelven a su forma original, se alargaron un poco. Como un molde que se intento ajustar a otra figura, se deforman" sin leer antes su cita, y son demasiado parecidas como para ser coincidencia. Unica conclusion posible, existe una maquina del tiempo. Ahora solo es cuestion de encontrarla y usarla para...
viernes, 6 de agosto de 2010
Soy una maquina de escribir a cuerda.
Pero no soy yo, ni es la hoja, ni las palabras agonizantes que mate ese día, sos vos. Sos peor que una multitud de críticos literarios liderados por Borges mismo, este ultimo resucitado de la muerte. Sentados en frente mío observando cada vez que escribo una frase y murmurando palabras de desaprobación cuando borro algo, indignadísimos de que me atreva siquiera a escribir. Debo aclarar que si Borges era petulante antes, lo es más ahora que volvió del más allá y dice saber algo que nosotros no, pero tampoco quiere compartirlo. Anuncia que lo dejara ver entre misteriosas oraciones en sus libros, ¿Pero no es eso lo que todos hacemos? Ahora estoy inventando declaraciones de escritores muertos, como si no tuviésemos suficiente confusión con las que hacen los vivos... ¿Ves el daño que le producís a mi psiquis?
La escena cambia, el público se impacienta, el límite de entrega se acerca. Me piden que me ponga de pie, que improvise algo, quieren ver a un loro cantar. Imagínate en un escenario, las luces te ciegan y solo sabes que el público esta ahí por que te pide a gritos que cantes. Pero vos no tenes aire y cuando te ven trastabillar saben que están en posición de exigir. Intentas cantar pero la voz se te quiebra y pedís pausa, unos momentos de benevolencia, pero ellos quieren que tropieces, quieren verte bailar bajo sus hilos, quieren manejar algo, tener el control, manipular una vida. Por supuesto que no se cantar cuando me lo piden, fui entrenado para cantar en la ducha, para escribir en la noche, cuando menos pienso en hacerlo.
Pero vos queres que escriba. Me forzas a hacerlo, y encima te atreves a fijar una fecha. Un día, una hora, un momento, para guillotinar aquel boceto, para disecarlo y ponerlo en un estante. Como si mis cuentos no estuvieran vivos, como si no respiraran cuando yo lo hago, como si no cambiaran de forma cada vez que alguien nuevo los lee. No, vos queres algo solido que puedas tantear con tus manos, algo que no salga volando en cuanto abras una ventana, algo que puedas llamar "tuyo".
Ahora soy un asesino y la tinta es mi sangre y las palabras se cicatrizan en el dorso de mi mano, como en una película que vimos alguna vez. ¿Te acordas como decíamos que eso era cruel? ¿Que nos preguntábamos que se sentiría? No, obvio que el público no sabe que se siente, solo pueden imaginarlo con el dolor que ven en mi cara, y les encanta. Y los odio, no por el dolor ni la sangre, ni la bola de nieve e ideas en mi cabeza, ni las hojas regadas de pequeños cadáveres, ni por qué me saquen de la ducha para cantar, ni por la suave entonación en sus palabras que lo hace parecer un pedido inocente. No, los odio porque me piden que escriba, y lo logran. Así es, lo logras, ¿ves? ¿¿Entendes?? Te odio.
Ah, y feliz cumpleaños.