
[La siguiente conversacion esta basada en hechos (suficientemente) reales]
-Estoy aburrida. Escribime algo.
-¿Algo como qué? No puedo inventar cosas de la nada.
-Sí que podes.
-Pero no es lo mismo cuando la gente tiene expectativas.
-Yo, vos y algún desierto. No espero nada más.
-¿Que haríamos en un desierto? Asumo que estaríamos perdidos... y tendríamos calor.
Aunque yo no diría “calor”. La sola mención de esa palabra se nos hacia ridícula. Hace tiempo habíamos dejado de usarla. La sustituimos por nuestro andar torcido, nuestros gestos hechos a medias, nuestra silenciosa sumisión. Es lógico que la palabra nos resulte absurda, como si los que escribieron el diccionario pudiesen entenderla desde sus escritorios. Probablemente sea mejor así, nosotros la reemplazaríamos por los insultos más atroces... o dejaríamos el espacio en blanco. Hasta el espíritu para insultarla nos arrebato.
Trate de convencerte de que tomaras el último sorbo de agua, pero lo negaste diciendo que no tenías tanta sed. Yo dije lo mismo, cansado de retrasar lo inevitable más de lo necesario. Ya nos habíamos dicho todo lo que temíamos que quedara sin decir. Quizás fuimos egoístas y no queríamos que el otro nos abandonara antes de tiempo. Quizás fuimos santos y deseábamos perecer al mismo tiempo. Recordando alguna historia te llame Baucis, y en un destello de ironía me llamaste Filemón. El humor macabro fue nuestro último aliado, y creo que esa, nuestra última sonrisa.
Fuera cual fuese la razón, el camello fue quien bebió el último trago, nos pareció más justo que regalárselo a la arena. Ella no se merecía nada. Sabíamos que continuaría golpeándonos una vez que hubiéramos caído, sin tregua, hasta reducirnos a nada más que granos de arena. Como si no hubiera suficientes ya. Me pregunto si nos veremos obligados a atacar a los próximos que pasen por acá, y quise saber si los que nos atacaban en ese momento habían sido alguna vez como nosotros. Entonces pensé que capaz podría haberles dado ese último trago de agua.
-Cae el telón?
-No, el telón no cae. El viento nos mantendrá en un limbo constante, y como personajes en algún cuento de Sartre, no tendremos parpados que cerrar.
-...
-Bueno, cae el telón. Que se yo.
-Otro. Yo, Moscú, y un farol en la noche.
-¿Por qué Moscú?
-No se. Decimelo vos.
-Supongo que estarías escapando de algo… y tendrías frio.