sábado, 1 de enero de 2011

No te voy a decir feliz año nuevo.

Disculpen el mamarracho que estan por leer. Lo escribi ayer a la noche despues de que los festejos terminaran y yo como siempre, me quedara sin poder dormir.


No te voy a decir "Feliz año nuevo". No porque no sean las 12 aun, ni porque este lejos en este momento, ni porque mi celular siempre se las arregle para no tener señal. Tampoco es porque no te quiera. De hecho, mientras más me importes, mas me voy a esforzar para no decírtelo. Y es que no creo en los cambios de año, así como no creo en ningún cambio repentino que no involucre tiempo, sudor o sangre. No creo en festejar cómo pasan los años, porque al tiempo no le importa. Lo hizo cuando nosotros no estábamos y nunca necesito una fiesta en su honor para seguir haciéndolo.

No creo que esta noche sea distinta, ni nosotros más grandes, ni el mundo más sabio. No creo que nada cambie cuando se destapa una botella de champagne, ni cuando soplas 18 velitas en la oscuridad, ni cuando gente por la calle anuncia el comienzo de una nueva era. Son momentos, como el flash de una cámara que ni nos da tiempo para pestañear, como una estrella fugaz que vemos de reojo y después nos preguntamos si en verdad la vimos, como un chico que quiere iluminar toda la noche con un fosforo pero nunca puede porque el fosforo se apaga, y cuando él se rehúsa a soltarlo solo se quema los dedos.

Y es que son momentos, y así como uno simplemente no camina hacia el muro de Berlín un día cualquiera y lo tira abajo en nombre de la libertad, tampoco puede pretender iluminar la noche con lo que tenga en sus bolsillos. Y es que muchos no aprenden cuando crecen, y creen que madurar significa comprar un fosforo más largo. Pero como ahora nos sabemos superior a la noche por ser hombres, queremos que todos sepan que tratamos de iluminarla, queremos apagar la oscuridad por un rato, queremos recordarle al sol que no lo necesitamos para ver. Y los veo tirar fuegos artificiales como quien tira una moneda a una fuente, y los veo brindar bajo las chispas y desear que algo cambie, y los veo sacarse fotos bajo un cielo en explosión, queriendo arder por siempre. Y siento pena por ellos. Y sé que veo como todo tiene dos caras, y que lloro si alguien pisa una hormiga, y que el gesto más simple me parece el más trágico, pero eso no va a cambiar hoy, yo no voy a cambiar esta noche.

Porque quizás muchos crean en un dios que pueda mover montañas con un chasquido de dedos, y que quizás nosotros no estemos tan lejos de ser una montaña y nuestro dios un primero de enero. Pero si lo primero me parece absurdo, imaginen lo que pienso de lo segundo. Si algo hay que hacer en año nuevo es cerrar los ojos para que las luces en el cielo no nos distraigan de lo que en verdad importa, y en lo que tarda tomar aliento, pensar en donde estamos y más o menos a donde vamos. Y cuando larguemos el aire y abramos los ojos estar felices no porque esta noche sea especial, sino porque tenemos 365 noches por delante para hacer lo que todavía no hicimos y llegar a donde aun no pisamos. Y porque una de esas noches vos vas a finalmente tirar un muro que te dividía en dos, vas a poder iluminar la noche entera con los fósforos que venias tallando hace tiempo, y ese va a ser tú chasquido de dedos. No hoy, bajo esta noche de verano cuando el aire inspira cambio, pero capaz una noche de invierno que no huela a engaño. Y aunque el día siguiente sea un lunes vestido de saco y corbata y la nación no crea que merezcas un feriado, yo voy a estar ahí con vos brindando. Y cuando me preguntes porque nunca te dije feliz año nuevo te voy a decir que estaba esperando esta noche, y solo te voy a decir “Feliz cambio”.