miércoles, 27 de octubre de 2010

Las estatuas son perfectas, pero se caen.

El problema con las estatuas es que son perfectas, pero se caen.

Nosotros las admiramos, idealizamos e inmortalizamos. Pasamos por alto cualquier defecto, o pero aun, lo traducimos en virtud. Si tiene un rayón decimos que es una cicatriz encerrando una historia, si está en ruinas la tratamos con la solemnidad que se merece. Interpretamos cada curva como una cadencia sublime, cada gesto como un mensaje por descifrar, cada cincelada como guarida de una verdad que nos sobrepasa. En este afán por idolatrarla, nos olvidamos que está hecha de piedra. Se agrieta como cualquier adoquín, sucumbe como el asfalto de nuestras calles. La perfección que nosotros le adjudicamos no la eleva por sobre las otras piedras, no la hace la excepción.

No, en verdad no estoy hablando sobre estatuas, ni sobre piedras, ni mucho menos sobre perfección, pero las películas orientales me acostumbraron a hablar en metáforas siempre que sea posible. En verdad estoy hablando sobre tu novio, sobre tu papa, sobre ese profesor de lengua que tenias en la secundaria, sobre Gandalf y Dumbledore, sobre Albert Einstein, sobre los caballeros de la mesa redonda, sobre aquel músico que pareciera escribir canciones en tu nombre, y vos no haces mas que observar como sus palabras decantan en tu alma. Cuídate de ellos. Te vas a sentir tentado a amar sin retorno, a obedecer sin cuestionar, a creer en todas las respuestas que te den, a seguir a un mago a la batalla como si fuera un estandarte, a sublevarte a una moral porque quien la dicta es noble, a elevar tu corazón en el aire con el puño esperando que se funda a ese hombre que canta en el escenario, deseando que el viento te arranque la voz y la lleve a donde se pierda la suya.

No lo hagas.

Ninguno de ellos es incorruptible, ni tan especial como nos gustaría creer. No estuvieron con Dante cuando este bajo al infierno, ni conversaron con san Pedro en las puertas del cielo. Son tan como nosotros, que nos asusta siquiera pensar en ello. Tan poco inoxidables, tan como estatuas de yeso, tan perfectos pero agrietables. Pero las palabras… las palabras no se oxidan jamás. De ellas nos enamoramos en primera instancia. Nos sentimos iluminados cuando dejamos que la letra de esa canción traspase nuestras defensas y se amolde con tanta facilidad a nuestro interior, mientras sus estribillos encajan tan bien en nuestros pliegues; cuando escuchamos a un Gandalf unirnos bajo un discurso a los pies de las puertas del castillo que están a punto de caer, sus postigos dispuestos a ceder ante el avance de quienes vienen por nosotros, y creemos que hay una razón por la que vale la pena morir empuñando una espada; cuando leemos una frase, una sola frase que logra sacudirnos con tal fuerza que no podremos descansar hasta grafitearla en cada pared gris de este mundo, hasta gritársela en el odio a cada hombre de saco que deja su vida en un cubículo, solo para poder irnos a dormir sabiendo que al menos tratamos de despertarlos. Una frase que probablemente, alguien tipeo en su máquina de escribir escondido en un sótano igual de gris, con una expresión tan cansada como la de aquellos hombres y la misma falta de fuego en sus venas. Sabiendo que no es quien para ser admirado, tan solo otro revolucionario que no fue. Algo no muy distinto a lo que hago yo ahora.

Está bien creer ciegamente, pero cree en la idea, no en el hombre. Si te vas a enamorar sin retorno que sea de un ideal, y no de alguien de carne y hueso. Si estás dispuesto a dar tu vida, a saltar a la batalla sin pensarlo dos veces, que sea por la causa, que sea por las palabras escritas en ese estandarte rasgado que ondea en el viento, pero jamás por el rey que lo sostiene desde su trono. No porque el rey sea corrupto, o un tirano despótico, sino porque es un hombre, nada más.

Como todos los hombres que parecían indispensables para que la tierra siguiera girando y nos enseñaron que a pesar de todo, esta sigue girando sin ellos; como todo aquel que fue dueño del mundo y dejo que este se le escapara de las manos, simplemente porque no pudo con su peso; como todas las gárgolas que protegieron a las catedrales de enemigos imaginarios que solo ellas podían ver, haciendo su sacrificio aun más noble; un día caerá. Caerá porque al igual que las estatuas, es solo cuestión de tiempo antes de que seamos cenizas de nuevo, no importa que tan alto lleguemos.

Pero las palabras que decimos… las palabras son perfectas, y ellas jamás se caen.

viernes, 1 de octubre de 2010

Cuando alguien joven muere.

Una vez alguien me dijo que era horrible que un adolescente muriera. Desde mi burbuja de fría objetividad le dedique una cara contrariada, acaso no es horrible que cualquiera muera? Al parecer sintió la necesidad de defenderse pues respondió "Por supuesto que todas las muertes son lloradas, pero cuando alguien joven muere... es terrible." Por cómo me lo dijo supe que era una de esas cosas que no se explican con palabras, entonces no le pregunte nada más. No quise molestarlo con algo que no iba a saber explicar, y yo me aleje pensando "Que estupidez, todas las muertes son igual de terribles".

Pero hoy me doy cuenta que no es así, y quiero saber por qué. Quiero podes explicar eso que solo se siente, y que cuando se quiere expresar solo se nos escapan fragmentos balbuceados, una mezcla de incomprensión e indignación, un intento de darle una forma a eso que sentimos todos, una ansia por nombrarlo. Porque si, todos intentamos ponerlo en palabras en algún momento y fracasamos. Algunos rompen en lágrimas de rabia, desconsuelo, y tantas otras cosas; o lo traducen en discursos contra la inseguridad, elocuentes y fantásticamente formulados, pero usados para compensar aquello que no saben decir en voz alta. Otros, solo nos quedamos en silencio, y buscamos entender.

Entender... que lo hace tan terrible. ¿Acaso es la inocencia que tenia, como en estos pocos años de vida no había tenido tiempo de hacer absolutamente nada para merecer la muerte y por eso se nos hace tan injusto? ¿O será por que a esta edad somos todavía tan moldeables e indefinidos, con tanto por aprender y tantas decisiones que tomar que una condena tan irrevocable nos hace ponernos de pie ante el jurado y reclamar algo entre justicia y benevolencia? Quizás sean los años que le robaron, todo el camino que dejo sin andar, las vidas que habría tocado, las veces que podría haber dado la vuelta al mundo. Y es que cuando somos jóvenes somos potencial indefinido, energía descontrolada, nosotros en nuestro estado más puro, y nos faltan tantas formas por asumir. Creo que por eso es tan terrible, porque alguien se atreve a frenar esta máquina cuando está tomando impulso, por cómo nos dicen que no podemos seguir aun antes de haber fijado una trayectoria, por la forma en que nos apagan cuando más podemos ser.

Quizás lo llores un poco sin haberlo conocido, cuando estés solo en tu cuarto y te des cuenta de lo que paso. No, no serias un hipócrita, por que cuando alguien joven muere morimos todos. Yo no lo conocía, y aun así estoy acá. Escribiendo esto.