viernes, 20 de abril de 2012

Nancy.


Vino una doctora a ver a Nancy hoy. Yo dormía una siesta, producto de solo poder estudiar de noche, cuando la oi entrar. La falta de puerta me dejo escuchar casi todo porque estaban sentados en la mesa del comedor y hablaban fuerte. Mi naturaleza callada me impidió ir abajo, asi que me quede en cama escuchando. La doctora sonaba como una buena persona, por el timbre de su voz y la profesión que había elegido, pero como pasa siempre con un extraño que entra en esta casa, parecía fuera de lugar, y lo que era aun mas raro y nuevo en los dos años que llevo viviendo aca, hablaba con un tipo de autoridad distinta a la de mis abuelos. Ellos, condicionados por su edad, emanan desde que tengo memoria su propia marca de autoridad, eran los únicos que podían silenciar a la mesa entera cuando hablaban, y la gente no los cuestionaba, o al menos no directamente. Mi abuelo además desciende de un numero de generales, funcionarios públicos y figuras de renombre, por lo que lleva la autoridad en la sangre y la conserva en la postura, aun hoy en sus 90 años.  

Mi abuela, de ojos azules y sumamente fina, lleva un porte mas sutil que solo cuando creci pude reconocer como el de las mujeres que nunca se conformaron con estar a la sombra de sus maridos, sin importar que tan grande esta fuera. Por lastima, le toco vivir en una época y clase social argentina conservadora, por lo que me imagino estos rasgos no se hacían tan patentes como los de mi abuelo, y habría que prestar atención mas alla de las sombras que proyectaba el patriarcalismo argentino. Hoy en dia, hay que prestar atención mas alla de la niebla de sueño y medicamentos en la que se pierde durante las tardes. El tiempo no fue tan benevolente como con mi abuelo.

 Para eso esta la doctora aca, que como decía, habla con un tipo de autoridad que escapa a la enorme experiencia que mis abuelos hayan acumulado en sus vidas. Escucho como se exaspera un poco por las preguntas ceremoniosas sobre como prefiere atender a mi abuela, y comienza a disparar sus propias preguntas de inmediato, en lo que asumo es un intento para medir su senilidad. Le pregunta si sabe quien es, porque vino, que va a hacer. Me tenso sobre las sabanas porque no le esta dando tiempo de responderlas. Mi abuela toma unos 7 segundos en responder preguntas básicas, no porque no las sepa pero porque ese es el tiempo que le toma buscar el mejor camino para hacerlas llegar hasta su boca, y si le das tiempo suficiente estoy seguro que podrias discutir a platon con ella. Pero cuando esta nerviosa, las palabras no encuentran ese camino, y la doctora le esta apuntando una lámpara de interrogación a la cara vistiendo la piel de siglos de ciencia rigurosa y medicina occidental, y lo que debe considerar una cantidad de tiempo similar que invirtió en estudios y diagnósticos personales, y encima de esta piel algún uniforme blanco que destaca esteril encima del piso de madera que cruje cuando lo pisas, y todos los cuadros y antigüedades en esta casa que visten de polvo.

Asi que son mi tia y mi abuelo los que contestan, siempre después de unos segundos de silencio de mi abuela, en los que se que gira la cabeza hacia la derecha y le tiemblan los labios ligeramente, porque ella siempre busca respuestas en las diagonales de los cuartos. “Raquel”, “Hace como un año”, “Solo un homeópata”, van respondiendo sus preguntas como un coro griego narrando alguna tragedia, y la doctora siempre dirigiéndolas a mi abuela. En algún momento mi abuela se debe rebelar a este acuerdo porque empieza a responderlas ella. Esto no ayuda.
-“A ver decime, haces algo con tu tiempo libre?”
-“…no”. (“teje”, agrega mi tia)
-“Y que tejes?”
-“Siempre teji, pero ahora no se. Un chaleco. Creo”
- “Aja…” - dice la doctora, y escucho el sonido de un juicio formándose, suena como una puerta pesada que se cierra.

- “Fue una gran lectora” - Dice mi abuelo. Aunque clínicamente irrelevante, nunca va a dejar que nadie piense menos de su Nancy.
- “Y que leias?”
- “Cualquier cosa”
- “Novelas, biografías, cuentos, poemas?”
- “…no me acuerdo. Cualquier cosa”.
- “Aja.” - Y el ruido de esa respuesta me da tal asco que se me erizan hasta los huesos. Esta doctora pretende escribir una reseña de mi abuela para presentársela a San Pedro sin antes aprender a leer los mundos que tiene en su cabeza, a ver el humor y los destellos de astucia que se escapan por las rendijas azules que son sus ojos, azules azules como siempre. Quiero que alguien le señale las bibliotecas, los parches de pared que asoman entre tantos libros que ella leyó e hizo suyos y que hicieron que su mente ardiera cuando fue mas joven, que vea las estatuas de cerámica, los jarros de arcilla, las puntas de flecha en la mesa del living que apuntan a la pasión por la antropología que todos me dicen alguna vez tuvo. Si dios fuese justo, estas cosas serian relevantes a un diagnostico medico. Reflexionar diariamente prevendría los resfríos, haber leído a los poetas malditos nos haría inmunes al cáncer, los sabios y los generosos serian inmortales o vivirían hasta una edad que ellos mismos consideren prudentes.

En vez de eso escucho a una doctora preguntarle a mi abuela si sabe decir la hora con un reloj.
- “pero… sabes la cantidad de veces que he dicho la hora…”
- “Pero ahora podes?”
En el silencio que se produce en el que imagino mi abuela agarra el reloj, sabiendo con exactitud que hora es como sabe tantas otras cosas, pero sin saber decírnoslo, escucho a alguien balbucear  “café”, probablemente mi tia, y mi abuelo y tia preguntan al unisono si le pueden ofrecer un café a la doctora, tratando de arrastrarla a un mundo que les es mas familiar.
- “No”. – Es el rápido diagnostico de la doctora. Casi escucho el ruido que hace la desilusión al asentarse en la mesa.

Mi abuela eventualmente se retira, disculpándose por el sueño que la ataca siempre cuando ella menos lo espera. La doctora se permite ahora unos diagnósticos mas sombríos. No deberíamos sorprendernos si pronto empieza a preguntar quienes somos, o si empieza a escuchar ruidos raros, como de bichos. Mi abuelo dice que escucha cosas asi a la noche, pero hace tiempo. Yo voy a seguir atribuyendo esto a una vida de insomnio y pesadillas que nunca la abandonaron, y que yo desde que tengo memoria comparto. Yo también escucho cosas bien entrada la noche, es difícil no hacerlo cuando 4 horas de mirar el techo en tu cama no atraen al sueño, y también me encuentro hablándole a mi sombra cuando estoy solo, y estoy seguro que la edad no hara nada para suavizar estos juegos macabros.

Una serie de evaluaciones de la doctora me devuelven a la conversación, cuando escucho a mi abuelo usar el tono con el que me habla cuando quiere imprimirme una moraleja, con el tipo de poesía que le dieron los años y la vida.
- “Todas estas cosas que ella le dice… ella las cree y luego las sufre. Me explico?”
- “No, no lo entiendo.”

Y a mi abuelo igual que a mi nos aplasta la ciencia. Queremos explicar que nosotros construimos nuestra realidad con la cabeza, o lo que algunos llamaran corazón. Pero la doctora sabe que hay cosas que están solo en los huesos, y nos señala a la realidad como brutal evidencia, la cual como siempre, peca de exceso de honestidad. Eventualmente bajo al living, porque siento la culpa de no estar ahí para por lo menos sentirme inútil. Digo que estaba durmiendo, porque la gente se siente incomoda si saben que los estuviste escuchando, aunque sean ellos quienes hablan fuerte y vos el que no tiene puerta para cerrar.
En una fracción de segundo cambia radicalmente mi percepción de la doctora. Viste una camisa de botones adornados, con dibujos coloridos de figuras trabajando en algún puerto, me hace acordar a una tarde en la boca. Debe tener unos 60 años, lo cual jamas hubiese sospechado, pero supongo que el profesionalismo en su voz atenua su edad y otros rasgos humanos. Sentada asi pareciera ser otra de las amigas de mi abuela tomando el te. Por la cara de mi abuelo noto que aprecia mucho lo que ha estado haciendo por las ultimas dos horas.

Ella ya esta de pie y le recuerda a mi abuelo que lo mas importante es que se cuide el. Porque los que corren mas riesgo siempre son los que acompañan, lo cual yo sospechaba de hace tiempo. Que no puede ser siempre el quien la cuide. Y ahí ella me mira a mi y no tiene que decir nada para que yo responda
- “Lo se” – porque se que nunca hago lo suficiente, y es difícil sacudir mi instinto de parecer un fantasma para hacer compañía, y este papel de nieto y niñera es tan nuevo para mi que todavía intento hacer malabares con estos roles, y tantos otros. 

4 comentarios:

  1. Iba a empezar diciéndote “te entiendo” y después me di cuenta que decir “te entiendo” no sería justo. Yo no estoy viviendo tu vida, no conozco a Nancy, ni a tu tía, ni a tu (increíble) abuelo, ni a la doctora. Pero en mi vida también existe una Nancy que se llama Ana, una tía multifacética que admiro en más de un sentido y un increíble abuelo que muchas veces, cuando llego tarde o cuando me despierto en la mañana, siento que es lo más cercano a un segundo papá.
    Iba a decirte “te entiendo”, básicamente, porque conozco el sentimiento o creo conocerlo, al menos a mi manera, de malabarear entre tantos roles.
    A veces escucho a otros chicos de mi edad y me pregunto cómo es su vida fuera del ámbito social. Me pregunto, muchas veces, si ponen el mismo empeño que yo con sus abuelos. Si llaman todas las noches, aún cuando están cansados y no tienen ganas de hablar con nadie, si se quedan una hora en el teléfono escuchando a sus abuelas contarles lo que hicieron durante el día. Me pregunto, muchas veces, si aún teniendo más de 18 años, cancelan esas salidas con sus amigos y se arman un bolsito los fines de semana para irse a dormir a la casa de sus abuelos. Me pregunto si se muerden los labios y pestañean varias veces para no llorar cuando miran a sus abuelos, si les dan ganas de crear una máquina del tiempo y conocer a esos hombres que alguna vez fueron. Me pregunto si no se mueren de ganas de pasar la tarde escuchándolos narrar historias y hablar con certeza sobre otros tiempos en los que nunca voy a tener la oportunidad de vivir.
    Me pregunto, muchas veces, si se sienten tan inútiles como yo, tan incapaces de hacer algo, de dar una mano, de consolar y proteger a esas personas que tantas veces me consolaron y me protegieron a mí.
    Después me doy cuenta que más allá de los límites de ser un nieto, no hay nada que pueda hacer contra el tiempo. Me encantaría sacar una súper espada y retarlo a jugar una batalla para que les dé más tiempo a mis abuelos, para que me deje abrazarlos, hacerles masajes y escuchar sus voces por muchos años más pero, lamentablemente, no tengo la súper espada ni el teléfono del tiempo para llamarlo y proponerle la batalla. Lamentablemente, los días pasan en un abrir y cerrar de ojos y mis abuelos, al igual que todos, siguen envejeciendo. Lamentablemente, no tengo otra alternativa que seguir caminando por esta cuerda floja, malabareando entre roles y preguntándome a menudo si estoy haciendo lo correcto con mi tiempo, si estoy viviendo mi vida como quiero.
    Saludos y que te vaya bien :)

    ResponderEliminar
  2. una narrativa similar a la metamorfosis,de kafka. Destaco el tono de moraleja del pelado y bajo anciano. Buen cuento. Un anónimo cercano

    ResponderEliminar
  3. me gustó,me gustó muuuchooo.

    ResponderEliminar

Hablame, quiero saber que pasa por tu cabeza.