Una nota que escribi para la revista "Criterio" hace un tiempo, y recien me di cuenta que jamas habia subido. Se me pidio contar lo que opino de internet. Lo interesante, como en todas las cosas, no es internet en si mismo, sino como se relacion el hombre con este. Enjoy.
Internet no tiene la culpa
Uno abre el diario como si cumpliera con una trágica obligación, solemne
como un policía inspeccionando la escena de un crimen. Nota tras nota fruncimos
el ceño, una reacción natural ante una dosis de realidad tan contundente. Un
titular resaltado en negrita pide a gritos nuestra atención: “Secuestró a
una chica vía facebook”. Nos limitamos a leer la primera línea porque ya
nos imaginamos la historia. “Un hombre de 38 años fue detenido ayer acusado
de haber mantenido secuestrada a una adolescente de 16 años que
había contactado por la red social facebook.” Ya oímos esta historia tantas
veces que caemos en la gastada rutina de señalar como el mundo esta cada día
peor, o quizás en vez de “mundo” digamos “gente” pues eso pensamos en el fondo.
Una vez que recurrimos a eso el siguiente paso es casi inevitable: nuestros
mayores nos recordarán los tiempos en los que esto no era así.
Nos asegurarán que cuando ellos eran jóvenes una chica podía
saltar a la soga en la calle con la seguridad de que nadie la espiaba por la
ventana, que ningún hombre planeaba nada perverso escondido en las sombras. “La
gente era distinta en ese entonces” nos dirán orgullosos de su época. Luego nos
darán a entender vagamente que las generaciones de ahora se corrompen desde
chicos y el culpable está en nuestras casas. Es la cultura del sedentarismo, el
hábito de aislarse, la cobardía de esconderse tras una pantalla, la avidez por
embotellar el cerebro en un monitor de 15 pulgadas, el ansia por crecer en un
mundo que no podemos tocar, la necesidad de vivir en el anonimato. Porque
después de todo, para muchos usuarios Internet es sólo eso: anonimato.
Pero muchos ignoran este elemento crucial. El señor que lee en el
diario: “Secuestró a una chica vía facebook” cree que el mal yace en la
red misma. El cree que la gente que diseña los virus de computadora, los
creadores de sitios cuyos contenidos perturban hasta a los hombres más recios, e
incluso este secuestrador de 38 años, fueron todos corrompidos por la red. ¿Pero
es realmente Internet responsable de corromper a tanta gente, por no decir
capaz? ¿No es erróneo concebir la naturaleza humana como algo tan frágil?
¿Puede la sociedad cambiar tanto en el transcurso de la vida de un hombre como
para que éste pueda señalarla con un dedo acusador y proclamar: “La gente era
distinta cuando yo era joven”? Con todo respeto, temo que el que
diga esto peca de ingenuo.
Esta afirmación no se basa en seguimientos exhaustivos a usuarios de
internet, o estudios complejos sobre la sociedad, sino en una característica
mucho más fundamental del ser humano. Oscar Wilde dijo una vez: “El hombre es
menos él mismo cuando habla en nombre propio. Denle una máscara y les dirá la
verdad”. Ciertamente el escritor irlandés nacido 1854 no fue un gran conocedor
de Internet, pero si un gran conocedor del hombre. Probablemente si este hombre
de 38 años cuyo nombre se nos escapa hubiese nacido 50 años antes no habría
podido secuestrar a esa niña bajo la mirada vigilante de una pequeña comunidad
en la que todos conocen su nombre. Se habría visto forzado a sonreír de manera cortés
incapaz de retirarse a la comodidad de las sombras. Pero denle una máscara nos
diría Oscar Wilde, y nos mostrara quién es realmente.
Lo que el señor que lee el diario no sabe es que internet es mucho más
que otro avance tecnológico o un medio de comunicación masiva. Es una máscara económica,
accesible e infranqueable. Con ella uno puede ser el vecino que poda rosales al
mediodía, y el extraño que acecha a una niña de noche. Se puede ser el CEO de
una compañía y miembro de un club de magia negra cuando se vuelve al hogar; o
declararse neutral ante los conflictos sociales, pero volverse un activista
apasionado sentado tras el teclado. Los usuarios pueden asumir la identidad que
deseen y sin embargo la mayoría se limita a mostrarse tal como es.
Esto es lo que hace a Internet tan maravilloso y único. Como el espejo
de la reina en el cuento de Blancanieves es incapaz de mentirnos; simplemente
nos devuelve un reflejo brutalmente honesto de la sociedad. Está fuera del
control del Estado, se ríe de la censura y es inmune a nuestras normas
coercitivas. No podemos moldearlo cuando no nos gusta lo que allí vemos, ni
podemos manipularlo como un índice de inflación. Anti-héroes como Julian Assange
se encargan de que siga siendo un espacio en el que cada uno pueda ser quien
quiera y decir lo que desee, un indicador de quiénes somos en verdad, una marca
fiel de dónde nos encontramos, una conciencia colectiva intocable. Somos nosotros
en nuestro estado más puro con nuestros pecados y virtudes confesados sin pudor
y sin maquillar. Es por eso que si creemos que algo anda mal con Internet estamos
en problemas, porque Internet somos nosotros.
Todavía tienes una lectora dando vueltas :)
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